lunes, 12 de septiembre de 2016

DESPRECIANDO EL PELIGRO




El tipo debía tener unos 60 años, o tal vez menos, porque las gentes próximas a la mar aparentan siempre más edad en su piel curtida. De entrada, ya me sorprendió que un día con tanta niebla se encontrara tan temprano en una zona tan próxima al borde donde las olas rompían. Pero al principio, no me inquietó, porque aún había varios metros de distancia entre la rompiente y la escollera donde él se encontraba. 

El problema es que la marea estaba subiendo, y en las zonas de acantilado, al existir choque del agua contra la roca, la violencia genera estallidos de espuma, movimientos que a veces no son predecibles en su evolución. Poco a poco, la espuma iba acercando a aquel hombre que, lejos de contemplar posibilidad alguna de peligro, continuaba avanzando por entre las peñas ¡con zapatos!, buscando quién sabe qué. No parecía que contemplara para nada la posibilidad más negativa de esa situación. Él continuaba hurgando con su palito por entre los intersticios, y con la otra mano sostenía una bolsa que contendría el fruto de sus desvelos (todo esto lo imagino, porque no llegué a verlo con ­­­mayor nitidez que la que el zoom me proporcionaba, que tampoco era tanta). Tan pronto estaba con su cuerpo mirando el mar, como se hallaba vuelto hacia mí, dándole la espalda al creciente oleaje, cada vez más cercano. Pero no aparentaba miedo alguno.

En un momento, justo cuando las olas lo salpicaban ya (o así me lo parecía a mí), le silbé desde lo lejos. Yo me encontraba en línea recta como a unos 50 metros tan sólo, pero el constante bramido de las olas contra las rocas hacía difícil que pudiera entenderme si le dijera algo. Le silbé, digo, por dos veces y, sorprendido, levantó la vista. Recaló en mí. Por señas le indiqué que se alejara un poco, que tenía el agua ya encima. Pero no sólo no hizo ademán de que entenderme, sino que se encaró hacia mí, y con la cabeza y el palito levantado, me amenazaba, como si me reprochara interrumpirle una labor de importancia suprema. Volví a señalar hacia el mar, como queriendo convencerlo de que el peligro no era yo, sino lo imprevisible de un golpe de ola que acabara con él contra el roquedo. El tipo, impasible el ademán, me volvió la espalda, despreciativo. No insistí. Hice varias fotos desde lo lejos, con la limitación que me proporcionaba el zoom que llevaba montado. En la que muestro, parece al fin sorprendido de la proximidad de la espuma a su posición. Pero mucho me temo que es una imaginación mía. Lo más probable es que se encarara con el oleaje, preguntándole con el mentón adelantado, qué hacía allí, mientras él se hallaba concentrado en su tarea. Poco después me fui. La marea seguía subiendo. Supongo que sobreviviría.

Roquedo de la playa A Marosa (Burela, Lugo, Galicia, España)
Septiembre 2016 -----  Panasonic Lumix G6

sábado, 10 de septiembre de 2016

MI PALABRERÍO CANALLA (9)

ALIVIO: Cesación momentánea de los inconvenientes que aquejan a todos los que se ven aquejados por cualquier tipo de queja.
ALMA: Versión exquisita y refinada del intelecto que ofrecen quienes se niegan a aceptar que éste sea tan sólo una consecuencia electro-bioquímica enmarcado en un conjunto material compuesto de diversas combinaciones cuyo principal componente es el carbono. Así, todo seguido y sin comas, que impresiona más.
ALMUÉDANO: Funcionario eclesiástico musulmán que tiene la misión de convocador oficial a los oficios litúrgicos mahometanos, lo que lleva a cabo desde lo alto de la torre de una mezquita, vulgo minarete. Vendría a ser algo así como una mezcla de reloj y campana, pero con variedad de registros: desde bajo grave hasta tenor, aunque la más habitual es la de barítono. Sin saberse por qué, cuando un occidental lo oye, no puede evitar echarse a reír con cierto complejo de superioridad, muy comprensible por otro lado.
ALQUIMIA: Primitiva aplicación de lo que después se llamaría química. Lo desarrollaron sobre todo los musulmanes, cuyos objetivos inmediatos (lograr el elixir de la eterna juventud y la piedra filosofal que, a pesar de su nombre convertía los metales en oro), no cuadran demasiado con la idea que tenemos de ellos; todo eso pega más en el mundo occidental ¿o no?
ALTIVEZ: Tipo de soberbia, injustamente utilizada, que se obtiene cuando su aleación con la vileza alcanza cotas de gran virtuosismo.
ALTRUISMO: Forma de exhibir el egoísmo propio logrando a la vez el reconocimiento que las sociedades suelen negar a los egoístas. El altruismo sería, pues, el egoísmo enmascarado y legitimado socialmente.
ALTRUISTA: Egoísta con ansias de medro que interpreta en público un papel de samaritano y socorredor/a —que suele requerir grandes dosis de actuación, o sea, de fingimiento—, con vistas a aclarar sus verdaderos problemas vitales y/o de autoestima.
AMABILIDAD: En algunas personas, cualidad natural que les hace la vida mucho más agradable al tiempo que ayudan a hacérsela a los demás; en la mayoría, cualidad artificial que forma parte inexcusable de sus respectivas profesiones, sin la cual sus ingresos serían mucho menores.
AMARGURA: Sentimiento de disgusto doloroso y tremendo contra el mundo, el demonio y la carne, sobre todo cuando esa carne pertenece a otro/a. Suele ir acompañado de efusión regular de lágrimas y de desesperación (v.), cuando no de depresiones (v.) de muy diversa consideración. No confundir con amargor, una sensación un poquito más física, aunque también más pasajera.
AMAZONA: Mujer guerrera diestra en el manejo del arco, en montar a pelo vigorosos caballos y en seducir crédulos y lúbricos conquistadores para lograr de ellos el precioso néctar seminal con que embarazarse sin ataduras post-coitum. Algunas feministas y algunas lesbianas las tienen como símbolos, no se sabe muy bien si por lo del arco, por lo de los caballos o por lo de la semilla.

Del libro inédito Palabrerío canalla, 1999

miércoles, 7 de septiembre de 2016

COITO QUELONIO


La escena estaba de lo más pacífica. Era un rincón más bien apartado del magnífico zoo de Palmyre. Varias tortugas de diferentes especies se entretenían con su desayuno, que incluía sobre todo lechugas y zanahorias. Se hallaban desperdigadas en un espacio bastante amplio para lo que se les suele asignar a estos animales. Si bien es cierto que esta variedad, la más grande representada allí (la tortuga gigante de Aldabra), bien puede hacer uso de semejante extensión, y más, seguramente. 

Pero el caso es que estaban todas bien desperdigadas, saciando su apetito. Los visitantes les tirábamos fotos, sorprendidos por su tamaño (sólo un poco inferior a la especie de las Galápagos), pero el motivo tampoco era excesivamente fotogénico. De todos es sabido que las tortugas pueden caernos simpáticas, pero bellas, lo que se dice bellas, no son.

En esto, y sin mediar ninguna acción que la justificara, porque allí ninguna movía nada salvo las mandíbulas, y aun éstas, con parsimonia, una de ellas, la más grande se levantó e inició su marcha en dirección a otra que se hallaba a unos diez metros de distancia. Pese a que la marcha de una tortuga es lenta, lo cierto es que nos sorprendió a todos la “velocidad” imprimida a su trecho. Poco a poco comprendimos que allí iba a haber o bronca o sexo. Enseguida comprendimos que el menor tamaño de la que aún se hallaba comiendo decantaba la disyuntiva hacia la segunda opción.

Y efectivamente, llegado el macho por detrás hasta la hembra, que no se había percatado de la aproximación referida, tan absorta se hallaba con su manojo de lechugas, con grande esfuerzo y notable impulso, y sin carantoña previa alguna, comenzó a montarla por detrás, dejándonos a todos atónitos, con caras pícaras y dando un uso tal a las cámaras, que pronto empezaron a echar humo.

La cosa duró no poco, unos diez minutos. Y lo sorprendente es que el mayor tamaño del macho no le facilitaba mucho la maniobra, y hubo de ser la extensión inferior la que se alargara lo suficiente como para que se pudiera operar la coyunda. Los que allí contemplábamos la escena lo estábamos pasando divinamente, y las risas que se producían no venían dadas por la situación en sí, sino porque el macho, en cada embestida, exhalaba unos borborigmos que más bien parecieran estertores, pues tanto empeño puso en la faena, que acabó echando encima de su compañera lo que sólo instantes antes había ingerido con buena gana. Aunque ésta ni en ésas se movió lo más mínimo ni hizo ademán de participar en la refriega de ninguna forma, quedándose allí debajo como una muerta.

Después, concluido el desfogue (o la obligación), el esforzado macho desmontó con igual rapidez y, dando media vuelta, fuese, y no hubo nada.

Zoo de la Palmyre (Charente Maritime, Poitou-Charentes, Francia)
Julio, 2015 ----- Panasonic Lumix G6

sábado, 3 de septiembre de 2016

TRES HERIDAS CONTRA LA PETULANCIA HUMANA (RELIGIOSA)

El ser humano comenzó creyéndose el rey del universo. Sus religiones animistas no lo proclamaban así, cierto, pero en cuanto las monoteístas cambiaron el modo de mirar, el ego humano creció enteros a velocidad hipersónica. De ese modo, el ser humano había nacido -creado- en la Tierra, que era el centro del Universo, y todo giraba en torno a ella. También era un ser bien petulante, modelado por los dioses a su imagen y semejanza, divinos en esencia, aunque con alguna tara para diferenciarse de los hacedores, claro está. También, era dueño de sus destinos y controlaba su existencia gracias a su prodigioso cerebro. La vida del ser humano no era idílica, pero era la superior posible, ligada a los dioses supremos, y dominadora de la Tierra y sus posesiones, tanto animales, como vegetales o minerales. 

Pero resultó que no. Que esa concepción geocéntrica, antropocéntrica, divinoide y autónoma fue recibiendo heridas de muerte que fueron reduciendo constantemente los humos de la criatura que, eso sí, más ha hecho por destrozar el planeta que habita.

La primera herida apareció bien pronto, ya con Eratóstenes de Cirene (s. III a.C.), pero tardó en extenderse la idea, hasta el descubrimiento de América por Colón (s. XV), la circunnavegación del globo por Elcano y las ideas Copérnico (s. XVI), más las confirmaciones aplastantes de Ticho Brahe, Kepler y Galileo (s. XVII). La Tierra no era un mundo plano en el centro del Universo visible, sino que era un planeta esférico más que orbitaba en torno a su estrella nutricia, el sol.

La segunda herida llegó ya en el XIX, cuando un biólogo prudente pero tenaz y concienzudo (Charles Darwin), comprobó que las especies no habían tenido siempre la misma apariencia, sino que habían evolucionado de las más inferiores y simples hasta las mayores y más complejas. De ese modo, se abría la puerta a la investigación que traería como resultado la comprobación de que no había habido sólo un ser humano, sino que había habido varios, que habían evolucionado unos de otros, o bien desde distintas ramas, pero que, en definitiva, no éramos la misma especie que hace muchos miles de años. La ciencia arqueológica terminaría de profundizar en esta herida cuando se comprobó que muchas de las líneas evolutivas eran inferiores en tamaño, capacidades y logros; que otras se cerraban sin continuidad, y aparecían otras sin relación, lo cual añadía mucho misterio al asunto. Por último, se demostraría que el ser humano habría sido uno de los últimos animales en aparecer y en cambiarse adaptativamente al entorno, por lo que su evolución dista mucho de ser tan perfecta y "adaptada" como la de otros seres vivos más antiguos y simples.

El tercer terremoto asestado a la prepotencia humana vendría del lado de lo único que le quedaba incólume hasta la fecha: su capacidad de pensar, su raciocinio y su autocontrol. Pues bien, un psiquiatra austríaco morfinómano y obsesionado con el sexo, demostró que nuestra mente tiene zonas que escapan a nuestro control, lo que él llamó “ello”, asociado a reacciones instintivas autónomas e irracionales, que desarmaron por fin todo el tinglado que argumentaba que el ser humano era la joya de la corona del reino animal sobre la Tierra.

Últimas investigaciones han demostrado que ni siquiera el Sistema Solar es centro de nada, sino que es una parte alejada de una galaxia más, entre unos cuantos miles de millones de ellas, a mayores; ítem más, se van descubriendo exoplanetas, que acreditan la hipótesis de que existan más mundos con la posibilidad de vida, además de la que albergamos en el nuestro. Y lo más reciente, que viene a arrumbar lo poco que queda del antiguo arsenal de petulancias, es que la neurobiología está a punto de demostrar que la voluntad, que el libre albedrío no sería tal, sino que vendríamos muy condicionados por unas pulsiones neuronales autónomas que nada tendrían que ver con la individualidad o la decisión personal. 

Así que ¿qué nos queda de toda la tontería que hemos ido propalando desde el inicio de los tiempos? Conviene comprender bien esta desacralización progresiva para que cuando alguien nos venga con afirmaciones apodícticas, inamovibles o “porque sí”, le mandemos directamente al exilio de nuestros pensamientos. Pues huir, lo que se dice huir, ya no podemos hacerlo a ningún lugar.

jueves, 1 de septiembre de 2016

CREPÚSCULO, ANTESALA DE LA NOCHE, DE LA VIDA





Cuando muere el día, resucitan las sombras y quienes con ellas apuran mejor la vida. Cuando el crepúsculo lo tiñe todo de tonos cambiantes, la sonrisa se dibuja en aquellos que soportan mal la vida cotidiana, la que todos esperan, la iluminada con esperable claridad. Al atardecer, ciertos seres se despiertan, se desperezan, crean planes. No son en su mayoría, como el común piensa, planes violentos u oscuros. Son sólo posibilidades alternativas. Modos diferentes de captar la luz, de entender los gestos, de apurar los instantes. Diferencias en la manera de desear, de pensar, de crear. Todo cobra otra dimensión que algunos alcanzan a captar con una libertad algo insultante para quienes no comulgan con la oscuridad. La noche, a la que el crepúsculo precede, es un universo tan distinto, tan complementario, que se diría que es otra vida del revés. Lo cierto es que es la vida, simplemente. La vida al completo, en su absoluta y fascinante plenitud.

Crepúsculo en Mojácar (Almería, Andalucía, España)
Marzo, 2016 ----- Panasonic Lumix G6

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