lunes, 26 de septiembre de 2016

COSAS QUE ME FASCINAN (I)

  1. La risa de un niño en un parque, producida por cualquier situación, por cualquier persona, en cualquier momento
  2. Hallar una escultura cuya calidad no sólo me guste, sino que me atrape la mirada de tal forma que no pueda sapararme de ella, recorrerla a su alrededor, buscar sus huecos, sus posibilidades estéticas diversas. Y fotografiarla durante largo rato. Y saber que me llevo algo de ella conmigo en mi memoria. Y en mi cámara
  3. Un par de cucharaditas de dulce de leche (o de crema de Speculoos) a media tarde, paladeándolas de a poquito, muy despacio, para que dure la sensación, y quedarme con ese sabor un buen rato en la boca. A ser posible, con los ojos cerrados
  4. Planificar un viaje hasta sus últimos detalles, y luego improvisar sobre ellos para que dé la impresión de que soy más aventurero y menos racional de lo que en realidad soy
  5. Dos o tres horas -té, café o cerveza de abadía mediante- con alguien cuya inteligencia ofrezca adecuado contrapunto a la mía, y ni la insulte, ni la desmerezca. Y salir con la sensación de que soy más que al principio del encuentro
  6. Levantarme prontito un día sin trabajo (fin de semana o vacaciones) y, sin desayunar siquiera, iniciar un libro nuevo que llevo un cuanto tiempo queriendo devorar. Y continuar, hasta que la espalda aúlle y me obligue a
  7. Dedicar toda una tarde a la tediosísima aunque imprescindible tarea de expurgar y clasificar fotos y, sobre la marcha, editar aquellas que más me gustan en el momento, y ampliar así mi almacén de reservas para los días en los que uno no pueda ni respirar
  8. El movimiento central del concierto para piano nº 5 ("Emperador", opus 73) de Beethoven , después de haber escuchado con idéntico éxtasis el concierto para clarinete de Mozart (K. 622). Y justo en ese orden
  9. El repaso suave, cálido e inconsciente de los dedos de la mano de mi pareja cuando, en el cine, vemos una película cualquiera
  10. Sentir la llamada impulsiva en cualquier momento del día (y de la noche) para escribir un microrrelato. Y dejar todo. Y escribirlo de principio a final. Y contemplar al final su rara, mudable y efímera perfección

domingo, 25 de septiembre de 2016

LA DULCE HUMANIDAD DE JOAN MIRÓ




Ver algo de Miró acostumbra a generar placer. Su carácter, propenso a la sencillez y al mundo de la infancia, consigue hacernos grata la experiencia de contemplar sus creaciones, aunque no lleguemos a comprenderlas del todo, aunque eso debería dar igual: lo importante es la percepción sensorial y emocional que ello nos provoque. Y ésa suele ser deliciosa.. Es verdad que siempre habrá quien diga que son mamarrachadas de niño grande, y acaso no esté falto de razón quien tal idea profiera. Pero yo, cuando me hallo en plena plaza de La Défense de París, rodeado de esbeltos rascacielos rectilíneos, bellos y elegantes pero algo fríos para mi gusto, siempre agradezco que hayan puesto en plena plaza central la dulce imaginería tridimensional de aquel catalán tímido y bajito, que proyectó su universo más allá de donde sus pacatos compatriotas hubieran previsto jamás.

“Dos personajes fantásticos”, se titula la monumental obra. Según dicen, un hombre con cuernos de toro, y una mujer. Puede que no sea exactamente eso. Daría igual. Doce metros de altura, colores primarios, resina y polyester armado, y la sensación de que donde se hallen sus esculturas, habrá un espacio humanizado, con seres humanos al lado, queriendo estar, deseando compartir, anhelando vivir lo mejor posible. Sus mundos imaginarios nos canjean los deseos de continuo, y nos los convierten a diario en delicia para la vista.

Plaza de La Défense (París, Francia)
Julio, 2012 ----- Nikon d300

jueves, 22 de septiembre de 2016

COSAS QUE ME SACAN DE QUICIO (I)


  1. La estupidez no cretinoide, la de quienes no usan o no saben utilizar su potencial inteligente
  2. El griterío de los niños en los restaurantes, que no es tratado por los respectivos padres como algo que resolver, sino como una desgracia que los demás debemos “compartir” 
  3. La crueldad gratuita, innecesaria, que estimula nuevas tropelías 
  4. Los juicios previos de quienes ya condenan (o absuelven) antes de que se juzgue nada
  5. La cantidad de tiempo que los técnicos de “arriba” nos hacen perder a los profesionales de la enseñanza de “abajo”, realizando tareas burocráticas, acumulativas, inútiles
  6. La incoherencia extrema, sobre todo en amigos cercanos, a quienes uno admiraba por ciertas cuestiones que, con el tiempo, se han visto embargadas de rebañega vulgaridad y, lo peor, de delirantes explicaciones que pretenden justificar esos desatinos
  7. Constatar que, a estas alturas, la mayoría prefiere lo penoso, corrupto y unido del partido todavía gobernante, a la posibilidad de cambio que otros podrían ofrecer
  8. Que las personas se obstinen en comportarse de la misma forma, una y otra vez, a sabiendas de que de esa actitud conduce al fracaso, al dolor, al consabido callejón sin salida
  9. La comprobación constante de que lo que triunfa a diario no es la inteligencia, la capacidad o el mérito, sino la sumisión acrítica y borregoide al superior
  10. Que mis vecinos me llenen el buzón con la propaganda que sacan de los suyos

miércoles, 21 de septiembre de 2016

DIÁLOGOS DE GENERALES ANTAÑO VICTORIOSOS, DE INFAUSTO FINAL




Aníbal Barca y Julio César no fueron coetáneos. No coincidieron en el tiempo. Primero apareció en escena Aníbal, cartaginés, que tras unas campañas inimaginables para su tiempo, tuvo a la joven república de Roma contra las cuerdas. Más de un siglo depués, surgiría el romano, que elevó el poder de la vieja república de Roma hasta cotas que nadie pudo prever. Ambos, según las crónicas fueron dos genios militares, muy diferentes entre sí, pero amados por sus hombres como sólo Alejandro lo había llegado a inspirar. Los dos dedicaron su vida al ejército, donde alcanzaron sus mayores logros. Los dos realizaron proezas inimaginables siquiera para la mayoría. Coincidieron también en extender los territorios de sus estados a un punto jamás alcanzado con anterioridad. Ninguno de los dos, en cambio, murió, como tal vez hubiera sido su deseo, en el campo de batalla. Murieron de forma ignominiosa, poco acorde con su talento, aunque tal vez sí con sus carnicerías. Aníbal, obligado a suicidarse lejos de su patria, convertido desde hacía tiempo en mercenario de quien le quisiese pagar sus conocimientos militares. César, a las puertas del Senado, víctima de una conspiración que, en esencia, buscaba preservar a la República del poder creciente de un tirano.

En esta imagen, tomada en un museo, ambas esculturas comparten espacio. A la izquierda, el cartaginés, orgulloso de portar boca abajo uno de los estandartes romanos que sus tropas capturaron, y de pisotear el águila romana. A la derecha, más comedido, un César laureado y bastón de mando, con la toga sobre la armadura, parece hacerse a un lado. ¿Quién sabe de quién sería la idea de colocar ambas obras juntas, a apenas unos metros de distancia? ¿Buscaría, acaso, un diálogo entre los muertos? Tal vez se comunicaran secretos de combate que únicamente ellos poseyeran. Puede que sólo se felicitaran mutuamente, rindiéndose admiración mutua de compañeros de armas. Acaso César le agradeciera la misteriosa decisión de dejar vivir a Roma cuando la tenía a su merced, aunque igual, asaltado recurrentemente por la duda, le preguntara las causas de tan inexplicable decisión. Acaso dialoguen. Es posible que se estén retando. O incluso cabría la posibilidad que su gesto petrificado nada signifique, y que la combinación de sus gestos sea producto del azar de unos técnicos de museos que buscaron el modo de suscitar la historia-ficción; o, tal vez, que no tenían ni puñetera idea de historia.

Museo del Louvre (París, Francia)
Julio, 2012 ----- Nikon d300

martes, 20 de septiembre de 2016

INDIVIDUALIDAD VS COLECTIVO

Cuando, cada fin de semana grabo algunos programas de comentario y crítica cinematográficos, después de verlos, me suele asaltar siempre una ambivalente sensación de rechazo a la vez que de admiración hacia el trabajo que realizan los directores de cine, pero en general podría extender tales consideraciones a cualquier operario, productor o figurante.

El cine, que me fascina, sin embargo es la forma más expresiva —con la excepción, tal vez, de la ópera—, de una modalidad artística que requiere para su desarrollo del concurso de una colectividad, de un conjunto de personas que confluyan todas ellas en un proyecto común. Nada más antitético a lo que  yo represento o que a mí más me estimula, o sea, el trabajo solitario, no estrictamente solidario, con el ritmo propio que marca el personal reloj biológico-sensitivo-mental.

Cuando hoy veía a David Lynch, en una imagen desgreñada e inhabitualmente envejecida, decir cómo se sintió fascinado por un guión ajeno, por una historia equis, que además no es suya, y que se pone enseguida a ello, sabiendo que entre que le da la venada hasta que tiene la película en la sala pueden haber pasado una buena cantidad de meses y hasta años, cuando le oía decir eso, yo, automáticamente me preguntaba: ¿cómo puede alguien embargarse en un proyecto que lleva tanto tiempo sin aburrirse de él, y además teniendo que coordinar y hacer confluir a un número no pequeño de personas, algunas de las cuales discrepan abiertamente de su enfoque desde el principio, y lo seguirán haciendo hasta el final? ¿Cómo es posible eso? Desde luego, con una fuerza impresionante y con una arrebatadora fe en uno mismo.

Pero tras mi inicial rechazo, viene la segunda parte, contradictoria por completo con respecto a la anterior. Y no es sino una admiración sin límites por ese trabajo, ímprobo y excelso, a tenor de los resultados obtenidos en algunas obras maestras, que logran aunar sustancias, mentes y fuerzas telúricas de tal modo que uno no puede hacer otra cosa sino humillarse de hinojos y decir: ¡Bravo!

Ítem más: anteayer, mientras me quedaba atónito por los 17 minutos de baile ininterrumpido de Un americano en París, de Vincent Minnelli, no tuve más remedio que experimentar otra cura de humildad y meterme mi individualismo recalcitrante por do me pudo caber. Durante un buen rato. Por lo menos. Que tampoco conviene exagerar.

Del Diario inédito Escorzo de penumbras, entrada de 10 de diciembre de 1998

domingo, 18 de septiembre de 2016

DIFERENTES MODOS (DE GÉNERO) DE INTERPRETAR LA REALIDAD




La escena parece idílica, a primera vista. Un día luminoso en un lugar donde el sol pleno abunda poco. Una pareja joven sentada al borde del mar. El oleaje en calma. El paisaje, entre acantilados, islas, verde, arena, también maravilloso. Una mañana por delante, con toda la calma posible. Bien. He mostrado esta imagen a unas cuantas personas, para ver sus reacciones. He de decir que han diferido mucho en lo que opinaron unos y otros. Y unas y otras.

Los hombres, sin excepción alguna a la regla, la consideraron bien compuesta, algo cursi en la temática, agradable de colorido, aceptable en su conjunto. Tampoco ninguno dejó de advertir que la chica mostraba su lencería amarilla en su parte trasera superior, que alguno consideró “interesante” y un par de ellos hasta calificaron numéricamente. Por último, a ninguno le pareció que los protagonistas no estuvieran viviendo una bonita historia de amor.

Las mujeres, con algunos matices, mencionaron poco la composición, les encantó el contraste cromático, mostraron agrado por el paisaje y a la mayoría le pareció que estaba bien (aquí no hubo unanimidad), pero que resaltaba bien a las claras lo que es una relación de pareja. Picado en la curiosidad, pregunté los rasgos donde se advertía dicha “relación”. Hablaron del lenguaje corporal, del contraste de colores y del “interés” de sus miradas. Me dijeron que se observaba con claridad que ahí hay una persona que ama y otra que se deja amar, que está a gusto en la relación, pero que no está absolutamente embebido en ella. Como es natural, se dijo que la primera era la mujer, y el segundo, el hombre. Apoyando la argumentación, sobre todo, señalaron la postura de la mujer, muy habitual, en la que ésta reposa la cabeza sobre el hombro de él, en actitud ensimismada, plena de unión, agradecida por la suerte de tener a alguien tan importante para ella y dejando aflorar su pletórico sentimiento al exterior, sin traba de ninguna clase. Probablemente, -especularon-, tendría los ojos cerrados, apurando el instante de éxtasis de unión de sus sentimientos con los de la naturaleza circundante. También, por contraposición, hicieron referencia a la mirada de él, que apunta en dirección contraria a la de su pareja, como más preocupado por lo que sucede a la derecha de la imagen que por degustar el momento en sí mismo; de igual modo, dijeron, su cuerpo se deja aproximar, sirve de reposo a la próxima calidez de su compañera, pero no denota iniciativa de cercanía o interés por quien se encuentra a su lado. “Lo normal, vamos”, remataron varias de ellas.

Saqué mis propias conclusiones, agradecí la deferencia de haberme trasladado sus opiniones, reedité la foto, y aquí la presento, con esta breve referencia. Si interés provocare, sería muy grato para mí escuchar confirmaciones, divergencias o incluso alguna vía alternativa.

Robado en las inmediaciones de Baiona (Pontevedra, Galicia, España)
Octubre, 2006 ----- Nikon d100

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