viernes, 15 de febrero de 2013

PREGUNTAS SOBRE EL AMOR


El autor de la fotografía le ha puesto a esta imagen como título algo calculadamente ambiguo: "Alegoría del amor". Pero ante su contemplación, surgen varias preguntas.

¿Por qué el corazón (y aquí se observan tres) se asocia al amor? ¿Por qué hay tres corazones en la imagen? ¿Por qué uno de ellos destaca más? ¿Por qué, curiosamente, es el más pequeño y el de material más consistente? ¿Por qué es el único elemento que muestra brillo? ¿Por qué, incluso, el color rojo dominante de esta forma tiene más nitidez y resolución que el resto de los otros componentes? ¿Por qué casi todo se muestra bajo un curioso desenfoque? ¿Qué simboliza esa textura desconchada y agrietada que parece servir de fondo, y por qué es azulada y algo desvaída? ¿Por qué hay una cinta-cordel a la que va enganchado el corazón rojo? ¿Tendrá algún significado especial? Y los corazones elaborados con material más fragil, ¿significan algo concreto? ¿Por qué son dos y por qué razón se encuentran más difuminados? ¿Por qué llevan hilo rojo que cierra su estructura por arriba y por abajo? Y, por último ¿por qué su autor publicó esa foto-composición el 14 de febrero, día de San Valentín?

Una persona cuyo estado emocional careciera de los altibajos propios del amor-pasión diría que son interrogantes pertinentes. ¿Se haría las mismas preguntas ante esa imagen una persona enamorada por completo?

Fotocomposición en estudio, con edición posterior
Febrero 2013 -----Nikon D 300

viernes, 11 de enero de 2013

MIRANDO CÓMO SE HUNDE



El arte actual es muy extraño. O al menos, esa impresión da. Igual fue siempre así, y los viandantes de cada momento histórico se asombraban a cada paso, viendo las cúpulas florentinas o los frescos romanos o las ojivas francesas. Pero íntimamente uno siente que no. Que la extrañeza es, sobre todo, cosa nueva, contemporánea, coetánea a estos tiempos irreductibles al análisis o al deleite; a la contemplación a veces. 

Cuando uno pasea por Plasencia, ciudad de notable historia, pero algo avejentada para mi gusto, no se espera encontrar algo así en un rincón recoleto, sin demasiada belleza, de carácter cuadrangular, incluso con una tienda de delikatessen en una esquina. Pero enfrente de esa tienda cuidada y moderna, se encuentra el grupo escultórico arriba mostrado. Dirá alguno: “Pues vaya, pero al menos se reconoce lo que se ve”. Y, sí. Se ven dos hombres, uno de pie, otro arrodillado y con la cabeza hundida en la arena. El que tiene la cabeza con posibilidades de mirar y ser mirado es de mediana edad, obrero citadino, vestido ligeramente con pantalón, camiseta, boina. El otro, parece más joven, pero sólo lo parece, pues su cabeza, su rostro, conjunto de detalle esencial, se nos hurta a quienes miramos, y todo son conjeturas; si acaso, la tersura del cuerpo arrodillado nos permite aventurar que sí, que es más joven. El mayor observa impasible, con las manos en los bolsillos cómo el joven entierra su cabeza y brazos en la arena, o cómo los tiene enterrados, o cómo los quiere sacar. Eso sí, desde la mayor de las tranquilidades, con la curiosidad del indiferente, o con la indiferencia de quien tiene una curiosidad mal guarnecida o averiada hace tiempo. El conjunto, de resina plástica, se encuentra sobre una superficie de arena real, que sirve también para que cualquiera pueda escribir, marcar rasgos, dibujar, etcétera. Todo ello, contenido entre cuatro baldas de metacrilato transparente. La obra, intitulada con artera intención “Escena 3ª”, es obra de Morán Sociedad Artística, y no debe olvidarse que fue considerada ganadora del III Premio Internacional de Escultura “Caja de Extremadura”. ¡Natural! Lo de que es una escena, no se puede negar; ahora, ponerle un ordinal, ya, raya un poco lo pretencioso, o lo desdeñoso, o lo escrofuloso, si se apura. Lo de que quien la ejecutara fuera una Sociedad, lo explica todo: sólo entre varios se puede perpetrar la banalidad más aparente. Y lo de que ganara un premio otorgado por una caja de ahorros que ha acreditado problemas de liquidez, también se considera de lo más coherente, teniendo en cuenta los casos que los últimos tiempos nos procuran.

Pero, sí. Se reconoce lo que se ve. No se entiende nada, pero se reconoce a los dos fulanos. Se aprecia que las proporciones son realistas, así como la indumentaria y los diferentes rasgos anatómicos. Que la “escena” sea incoherente, inaprehensible, lista para lucubrar lo que a uno le llegue de los cielos, eso es lo de menos. Lo importante es que llame la atención. Y hay que admitir que, impactar, impacta. Uno va caminando con tranquilidad por la tranquila ciudad provinciana, sorteando iglesias, plazuelas y murallas, y de repente, un señor con la cabeza bajo tierra es contemplado con inexpresiva quietud por otro en la plenitud de sus capacidades físicas. ¿Qué habría que interpretar? Nada, hay que dejarse llevar. ¿Qué habría que paladear? Nada, pues al lado de las viandas que ofrecía la tienda de delikatessen, la escultura perdía de largo. Por tanto, ¿qué?

Claro que, bien mirado, todo puede ser una más de las metáforas de la época que sufrimos. Así, el hombre semienterrado, podría haber tomado la determinación de vivir así lo que le quede de infausta vida, para no ver ni oír cuanto nos ha tocado padecer en los últimos tiempos. O bien, pudiera entrenarse para una prueba de resistencia para cuando vaya a ejercitar la exploración en África, y la comida escasee, o sea enterrado vivo para ser comido por hormigas gigantes. O cabe la posibilidad de que se esconda, cual avestruz humano, de alguien que le tiene ojeriza y pretende así que los males y el enemigo desaparezcan como por ensalmo. O puede que tanto cornamenta como le genera su legítima le pesase demasiado sobre la cabeza, y quisiera ocultarla a los demás o tan sólo aliviarse su peso indigno. Y hasta incluso podría tolerarse la hipótesis de que acabase de contemplar con detenimiento la tricentésima cuarta obra ganadora de un premio local o regional, y no ha podido soportar más la vejación de no ser galardonado él mismo, por lo que procede a un suicidio más artístico que práctico, ante el asombro inane de su compañero de pie.

Escena 3ª (Plaza de Ansano, Plasencia, Cáceres, Extremadura, España)
Escultura de Antonio Morán, Premio Internacional Caja Extremadura, 2010
Diciembre, 2011 ----- Panasonic Lumix G3

jueves, 3 de enero de 2013

LA MUJER SIN CABEZA



La mujer decapitada tiene hambre. La revoltura la consume. Los hechos más recientes, también. La memoria no hace sino empeorar las cosas. Ha recordado su infancia. Cuando su madre le traía un vaso de leche todas las noches al acostarse. Y de repente se encuentra deseando tener en sus manos un gran vaso de leche con que saciar su añoranza de antaño, su rencor por lo sucedido esa misma tarde, con que evaporar las previsiones más funestas. Se inclina sobre la mesa, y todo su cuerpo se vence, por su pecho, pero la cabeza no le responde. No la tiene. Hoy mismo se la han arrancado de un solo tajo. El vaso de leche, en cambio, se encuentra frente a ella. La fuerza de su deseo lo ha hecho surgir al borde de la mesa. No es muy grande, pero permitiría saciar de golpe su sed de felicidad pasada, de justicia presente, de antojo futuro. Alarga las manos, pero éstas son ciegas, sin ojos que los guíen. Bracea hacia un lado y otro, como una nadadora invisible en un líquido opaco. Impotente, se vence de nuevo sobre la mesa. Las manos hacia adelante, intentando atrapar no sabe bien qué. La leche, impasible, inmóvil, blanquísima, aguarda.



Escultura de Juliâo Sarmento, titulada "Licking the milk off her finger" (1998), expuesta en la Fundación Serralves (Oporto, Portugal) 
Enero 2013 ----- Panasonic Lumix G3

martes, 1 de enero de 2013

LA CHICA DEL PERRITO


Bajaba por la Praza da Liberdade. Sus movimientos no eran corrientes. Se desplazaba con grandes pasos, impropios de quien pasea simplemente, o de quien anda con tranquilidad, máxime siendo mujer. Eran movimientos erráticos, casi en zig-zag. No parecía loca, pero tampoco parecía muy cuerda. Pero eso no trae sustancia a la historia. Lo que sí lo da era la relación con su perro, a quien seguía con la mirada, tirando con suavidad de la correa, cuando se alejaba un tanto, diciéndole palabras suaves. El perro la miraba de vez en cuando con unción. Ella no pronunció una palabra en todo el rato, aunque a veces sonreía tímidamente. Él no ladró en ningún momento, ni produjo más sonido que el de sus patas recorriendo el suelo. Por un momento, me despisté. Otros motivos atrajeron mi atención. Cuando los volví a enfocar, se encontraban en un banco. Ella, vestida con sorprendente elegancia, sostenía sobre su regazo al perrillo, que, muy quieto, parecía vigilar todo cuanto los rodeaba. Ella, con la cabeza baja, sin hablar nunca, ni siquiera susurrarle algo de cerca, no dejaba de acariciar su lomo, lo que parecía encantar al animal. Eran unas caricias largas, sentidas, intensas. Me transmitieron tanto, capté tanto cuanto les unía, que no pude menos que sentirme partícipe de aquel enlace. Y de hacerle una fotografía robada para dar constancia de ello a quienes no les baste sólo con las palabras... y para ayuda -algún día- de mi propia memoria.

Mujer con perrito, en un banco de la Praza da Liberdade (Oporto, Portugal)
Enero, 2013 ----- Panasonic Lumix G3

lunes, 31 de diciembre de 2012

AMANECER DE ATARDECIDA


No se puede añadir mucho a lo que ya ha sucedido. Todos lo hemos vivido con intensidad diferente, pero con una sensación de pesar variable y de crispación que ha ido creciendo conforme los meses pasaban.
No se puede añadir mucho, pero hay que seguir. No queda otra. Lo contrario sería rendirse, y eso sí que no. Está claro que ceder es morir, y tampoco queremos eso, aunque otros sí empujen para que caigamos más aún.
Os regalo esta foto de ayer mismo, en el extremo de Galicia, en la desembocadura del Miño, en La Guardia, con el mar embravecido, enfadado, pero bellísimo en su evolución. Era un atardecer, pero si os queda la imaginación intacta después de tanto golpe, tanta mentira y tanta infamia, podréis comprobar que podría ser perfectamente un magnífico amanecer.
Que el nuevo año nos sea propicio a todos los que lo merezcamos.

Paseo de las Cetarias (La Guardia, Pontevedra, Galicia, España)
Diciembre 2012 ----- Nikon D300

domingo, 28 de octubre de 2012

EL "ENCANTO" MEDIÁTICO DE LA GIOCONDA


Advierto de entrada que guardo cierto prejuicio frente a la obra de arte más famosa de la historia de la humanidad. No sé si precisamente por ser la más conocida, si por serlo sin verdadera justicia, si por haber suscitado más bibliografía que tantos temas acuciantes y necesarios, o si porque, sencillamente no me atrae gran cosa ese rostro amorcillado y deliberadamente ambiguo. Con todo, no creo que mi prejuicio me impida la valoración que la imagen contribuirá a clarificar.
Hace mucho, cuando con casi 20 años entré en el Louvre por primera vez, y después de una jornada agotadora viendo antigüedades y esculturas (mis prioridades de siempre), me decidí a ver uno de los iconos del museo y del Arte en general, llegué a una sala relativamente pequeña, sin luz natural, de tonos mortecinos, llena de gente, que se apelotonaba y hacía cola para entrar a ver el susodicho cuadro, que es más bien pequeño y que tan sólo muestra a una mujer bien delimitada por abundante sfumato, enmarcada por un paisaje lleno de perspectiva aérea. Para más inri, la obra aparecía protegida por un cristal de grosor anti-bala, donde uno podría peinarse con decoro, sin que se apreciara rubor alguno. Me decepcionó mucho entonces: el cuadro y el “ambiente”. Las dos veces que volví en años posteriores, ni siquiera pasé a visitarla. Esta vez, ya la cuarta, decidí ir comprobar cómo estaba, presentarle mis respetos, y, sobre todo, documentar gráficamente el asunto.
Mi sorpresa fue mayúscula. La sala donde ahora se halla es enorme y de techos altos, bien iluminada con luz natural. Se encuentra sobre un panel único, donde ningún cuadro más estorba su vista... pero, enfrente justo, han colocado “Las Bodas de Caná”, de Paolo Veronés, un gigantesco lienzo de casi 7 por 10 m. De modo que si el lienzo ya me antojaba indigno de mis desvelos, esta vez me lo pareció más todavía. No obstante, el espectáculo no estaba en los cuadros. Lo fascinante eran las reatas de turistas que allí se arracimaban dándose codazos para acercarse a la diosa y... hacerle una foto. Esa es la prueba necesaria, el recuerdo básico y el objetivo claro de quienes allí se congregaban
Si se aprecia la imagen, se pueden apreciar las reducidas dimensiones del lienzo, la ansiedad del rebaño y el tan desaforado número de cámaras fotográficas, de vídeo, tabletas, móviles y otros artilugios captadores de imagen, que incluso quien no lleva ninguno, se siente impelido a hacer siquiera el gesto del disparo, como para engañar su pulsión cerebral y proseguir el recorrido como si tal cosa. Es lo suyo. Como también lo fuera que la magnificencia, exquisitez, esfuerzo y enciclopedismo lujuriante de Veronés pasaran, pese a su tamaño y ubicación, más bien desapercibidos.

Turistas fotografiando la Gioconda, de Leonardo (Museo del Louvre, París, Francia)
Julio, 2012 ----- Nikon D300

viernes, 5 de octubre de 2012

LA NECESARIA INUTILIDAD DE VERSALLES


Si bien se observa, esta puerta es, más que un objeto de apertura, una frontera. La que separaba a la nobleza y la corte francesas del resto de su pueblo. Una frontera, una división. Está dorada. La han pintado recientemente. Busca el asombro contemporáneo hacia una época donde el oropel más rebuscado convivía con la miseria más atroz. Aún nos sorprendemos de que aquello tuviera lugar tan sólo hace  apenas tres siglos. La impudicia de los poderosos suele ir pareja a su deseo de exhibición. Ése es uno de sus defectos más notables. Por ella, entre otras muchas causas, las monarquías cayeron, presas del descrédito, del desamor, de la desconfianza. Cuando se accede hoy día al palacio de Versalles, a pocos kilómetros de París, lo primero que sorprende es la inmensa cantidad de personas que acuden a él para comprobar algo que resulta difícil creer si no se ve, aunque tantas veces lo hayamos contemplado por otros medios: la inutilidad manifiesta de la belleza, y cómo la falta de correspondencia entre lo inútil y lo realmente necesario fue la nota dominante de una cultura que hizo del hedonismo estéril un modo de vida. Si se recorren las salas, las habitaciones, los jardines, todos ellos atestados de turistas ávidos de imágenes y de pruebas de haber estado allí, se tiene una impresión de agobio, a la que acaso no fueran muy ajenos los habitantes de esa corte endogámica y aislada del dieciocho francés, aunque por razones diferentes. Lujo, belleza, apariencia, recargamiento, riqueza, abundancia. Todo ello es contemplado sin apenas detenimiento, con la prisa habitual en estos recintos. La protagonizan manadas de personas para quienes la entrada a este enorme palacio es sólo la excusa para poder afirmar que allí estuvieron, que se van como llegaron, con la misma idea preconcebida, y con pocas sensaciones nuevas, alegres de poder mandar a alguien querido una foto presencial y justificante, electrónica e instantánea. La puerta dorada de acceso no es ya la entrada principal, mucho más modesta y práctica. Es la muestra singular de que aun siendo falsa fue más verdad de lo que ahora ha de contemplar cada día.

Reja de la puerta principal del Palacio de Versalles (Île-de-France, Francia)
Julio, 2012 ----- Nikon D 300

miércoles, 22 de agosto de 2012

ANTAÑO, HOY, LOS DIOSES...



Antaño, los dioses se conformaban con ofrendas que los humanos les ofrecían con regularidad. Sabían que ambos mundos son incomunicables, aunque sí se puedan observar el uno al otro en determinadas circunstancias. Ellos decían que intervenían, y los creyentes miraban a otro lado, cuando se hablaba de las causas. La comodidad del pacto quedaba fuera de toda duda. Con el tiempo, el conocimiento aparentemente creciente, la sucesión de las civilizaciones, los avatares diversos de la especie, fueron evaporando las creencias en los dioses antiguos. Estos fueron quedando poco a poco arrumbados en los libros  clásicos, en la memoria de los mayores. La mayoría se retiraron a su medio natural, a su Arcadia, su Olimpo, su Elíseo... Algunos, más persistentes en la memoria, transigieron en ser imaginados en materias nobles, como el mármol, el alabastro, el bronce de aleación proporcionada. Otros, los menos, admitieron cualquier material, aun deleznable, con tal de proseguir presentes en el pensamiento de los hombres. A costa incluso de caricaturas horribles, distorsiones vergonzosas y herrumbres intolerables. Algunos, siguen todavía entre nosotros. Pese a todo. Pese a todos.

Joven sátiro (Parque del Muelle, Avilés, Asturias, España)
Abril, 2002 ----- Konica Minolta ZiMage


OS ESTÁN GOBERNANDO (IMBÉCILES)



Así es, os gobiernan. Hacen cuanto desean de vosotros. Os engatusan, os engañan, os oprimen, os estafan, os dirigen, os roban. Todo, con la idea perenne de ser ellos quienes posean la riqueza y vosotros les sirváis como puente para lograrla. Perpetuarla. Incrementarla. Cada época, el juego cambia. El resultado, no. Siempre son los mismos. Esos a quienes insultáis, a quienes despreciáis, a quienes restáis todo el mérito. Saben que quien golpea primero, golpea más, y genera sensación de memoria de miedo. Ellos son quienes poseen los medios de producción o quienes poseen los resortes de los otros poderes, son aquellos cuyas riquezas no admiten guarismos inteligibles, quienes detentan la política gracias a unos sistemas que acaban siempre del mismo modo, quienes hacen lo que les viene en gana, y que no contentos con eso, siempre aspiran a más. Son quienes carecen de escrúpulos y de ideas, salvo las que en cada momento inspire la ganancia, la victoria, la explotación, la huida en el peor de los casos. Son los que tildamos de tontos, de analfabetos, de hipócritas, de canallas. Pero son ellos quienes vencen siempre. Y cuando parece que no, es sólo una demora para el siguiente asalto. Es  lo natural. No son superiores, pero vosotros sí que sois inferiores. Es fácil para ellos, porque carecen de oposición. Son expertos en calibrar las contradicciones y debilidades del ser humano, y de sortearlas con resultado a su favor. Saben que criticaréis, que pondréis el grito en el cielo, que incluso podréis cometer alguna violencia puntual. Pero en el fondo saben que sois unos mierdas y que nunca os pondréis de acuerdo para nada útil, ya que la sartén es un instrumento de menaje que sólo admite un asa, y ellos son quienes la manejan a la perfección. Sí, os están gobernando, y lo seguirán haciendo por los siglos de los siglos, porque desde que trazaron su plan, con la revolución agrícola y ganadera, siempre han tenido muy claro qué hacer, cómo y a costa de quiénes. Os están gobernando, sí. Si lo sabré yo, que soy uno de vosotros.

Pintada callejera en Granada (Andalucía, España)
Diciembre, 2008 ----- Nikon D 300

viernes, 17 de agosto de 2012

EL MITO MARILYN: PUDOR E INCITACIÓN



Si se mira con atención, Marilyn se resume en este gesto, captado de un modo algo torpe (y no demasiado bien fisonómicamente) por una empresa que lo ha congelado en esta escultura seriada de resina industrial. Es un ademán que capta sus dos esencias principales: el pudor (aparente) y la incitación (evidente). Norma Jean fue una mujer atrapada en un cuerpo espectacular, y cuya mente fue siempre a rastras del mismo. No creo que ni sus cualidades como actriz, ni como persona reflexiva rayaran a gran altura, pero le bastaron para crear el mito Marilyn. Con todo, emociona todavía recorrer su historia dubitativa y acomplejada, que ella resolvía con algunos saltos adelante más arriesgados aún o recurriendo a lo que sigue siendo infalible hoy día: la imagen irresistible que proyectaba ante una cámara. Todavía en nuestra época emociona su sorprendente ingenuidad sobre la naturaleza del hombre pensante, aunque resulta evidente la claridad que albergó sobre lo que los varones sentían por alguien como ella, y que supo utilizarlo a su favor. También nos siguen emocionando aún sus intentos por ser alguien cultivado, alguien desasido de una imagen exclusivamente física y sensual, pero también notamos sus contradicciones extremas y sus maniobras de mujer pura y primaria. Y eso nos la aproxima tanto, que logra convertir su imagen en un icono y hace que parezca más humana y más nuestra, en posesión de cada uno, y de todos al mismo tiempo. Con ese gesto, tomado de la película de Billy Wilder La tentación vive arriba, se compendia toda Marilyn: se sujeta los volantes de su amplia falda, para que el aire procedente de la boca de metro no la deje demasiado expuesta, pero lo que deja ver a quien puede contemplarla no deja lugar a dudas: es la cara satisfecha de quien se sabe deseada en cualquier circunstancia y que con sus movimientos en apariencia castos genera un deseo creciente de verlo todo y de disfrutarlo todo. Ahora se han cumplido 50 años de su muerte (accidental, provocada o criminal; tanto da). Ella sólo alcanzó los 36. Pero seguimos pensando y sintiendo lo mismo en cuanto la vemos reproducida de cualquier manera.

Escultura-reclamo de la librería "El Baúl de los Recuerdos" (La Coruña, Galicia, España)
Agosto, 2012 ----- Panasonic Lumix G3

jueves, 16 de agosto de 2012

INFINITUD DE LAS CUMBRES



En las cumbres, sólo se escucha el silencio y el bisbiseo del viento en su roce silbador contra cualquier cosa que le dispute protagonismo. Si el sol compite con autoridad, los brillos suscitan en ocasiones los recuerdos, y a continuación una conciencia de pequeñez que refuerza la marcha sobre la vida, colocando a cada uno en su verdadero lugar. En invierno, cuando hasta las aves escasean, ateridas por los elementos, sólo la roca, la nieve y el cielo logran el maridaje perfecto. Acompañándolos, la vegetación se muestra rala, desnuda y agazapada, a la espera de un nuevo brote de vida, en meses venideros. En las cumbres, la nieve y el silencio forman a veces otra hermandad que nos habla de historias contadas al amor de la lumbre. En nuestra cabeza, pese a todo, jamás nieva, ni reina esa paz que sólo estos lugares procuran. Por eso hay que ir cada cierto tiempo a las alturas, a renovar ciertos pactos, a henchirse de ideas puras y a adivinar el parecido de cuanto se contempla con el concepto tan humano de la perfección, de la infinitud.

Puerto de Piedrasluengas, entre Palencia y Cantabria (España), con la Liébana al fondo
Febrero, 2010 ----- Nikon D 100

viernes, 10 de agosto de 2012

COMO EN SU PROPIA CASA




Ella estaba allí convencida de estar en su casa. Nunca había estado en el palacio, pero en su cabeza residía la certidumbre de que alguien la había invitado a pasar una temporada en la corte. Tuvo que efectuar un largo viaje para ello. Ahora, se encontraba en el umbral del acceso, pero no entendía por qué había tanta gente aguardando tras ella en una inmensa cola, pero eso le importaba bastante menos. Venía ataviada para la ocasión, o eso creía ella. Las raíces del cabello se le notaban con facilidad, y la lencería superior quedaba algo a la vista. Pero ella iba muy peripuesta con su vestido blanco de organza, su mejor collar y su pamela cortesana, que siempre imaginó compitiendo con otras damas en alguna boda británica. La sonrisa firme mostraba su fuerza y su decisión. Cuando sonó la bocina, ella entró alborozada la primera. El Palacio Real de Versalles le abría sus puertas al fin.

Robado en los jardines del Palacio Real de Versalles (Francia)
Julio, 2012 ----- Nikon D 300

jueves, 9 de agosto de 2012

LA ABSTRACCIÓN DE LO ABSTRACTO




Hay muchos a quienes no les gusta el arte abstracto. Por completo respetable. Sobre todo, si la frase “no me gusta el arte abstracto” ha pasado por una serie de filtros y experiencias que abocan a una decisión. Cuando ya no es tan respetable es cuando, por dejadez, inercia o ignorancia, al no reconocer nada de lo representado, volvemos la vista como si las obras de arte tuvieran la obligación contractual de representar la realidad de los sentidos. Si encima el título es numérico o aséptico, el rechazo puede ya resultar categórico, cuando no insultante. El problema es, únicamente, de tiempo, intención, decisión y paladar (léase sensibilidad). Del mismo modo que en un McDonald’s y en un restaurante tres estrellas Michelín ingerimos en ambos comida, el modo de degustarla no puede ser el mismo. Si urgidos por el momento, entramos en el primero, nos alimentaremos mal que bien en unos minutos y habremos cumplido de sobra. Pero si somos unos gourmets, y buscamos el deleite sensorial, en ese lugar sufriremos horrores, del mismo modo que si entramos en el segundo restaurante con prisa y el único objetivo de llenar el estómago.

Dicho esto, contemplemos la foto. Está realizada en el Centro Pompidou, en París, en una exposición temporal retrospectiva del pintor alemán Gerhard Richter. La persona que contempla el cuadro, de grandes dimensiones, es oriental, probablemente japonesa. Está de espaldas, y más o menos a la altura de la mitad del lienzo, que no sale entero, porque no es necesario. Éste muestra una serie de varias líneas finas horizontales de prácticamente todos los colores del espectro, más alguna vertical. No hay figuración. Sólo abstracción geométricamente distribuida. Sólo abstracción cromática. La espectadora estuvo delante de la obra no menos de diez minutos, lo que, en equivalencia para un museo, es haber estado viviendo allí muchos días. ¿En qué pensaba? ¿Sentía? ¿Recordaba? ¿Qué contemplaba exactamente? ¿Con qué relacionaba esas líneas? ¿En qué universo recaló? ¿En qué grado de relajación o excitación se hallaba su cuerpo? ¿Conectó con el espíritu que impulsó al pintor a ejecutar la obra? ¿Analizaba la técnica pictórica del autor? ¿Memorizaba la disposición de los colores buscando algún patrón o significado? O, sencillamente, ¿estaba calibrando un problema personal que la acuciaba y la paralizaba hasta ese extremo? Todas estas conjeturas albergan una probabilidad de éxito. Jamás conoceremos la verdad. Igual que, ante un cuadro abstracto conoceremos nada. Como esta mujer de espaldas ante la obra de Richter, lo único que podremos será dejarnos llevar por lo que a cada uno nos procure nuestro cerebro, que no es más que una amalgama de sensibilidad esencial, bagaje adquirido e intención positiva. Lo demás será sólo eso: conjeturas.

Robado en el Centro Pompidou (París, Francia). Exposición temporal de Gerhard Richter
Julio, 2012 ----- Panasonic Lumix G3

miércoles, 8 de agosto de 2012

RITMOS DE COLOR



La apariencia es sencilla: apenas un rectángulo oblicuo de piedra granítica, bordeado de un poco de tierra y algo de césped no demasiado homogéneo, todo ello desenfocado en proporciones diversas. Lo único enfocado es lo que capitaliza la mirada: cuatro barras de colores distintos. Cuatro colores que tampoco significan nada, son sólo el reflejo de algo que no vemos sobre una superficie mojada por la lluvia (lo que hace más gris el día, más suavizada la luz y más saturados los colores). Pero justamente porque no ofrecen significado alguno, la mirada recala más en ellos y en su sucesión rítmica. Porque los ritmos nos atraen, nos arroban a veces. Una explicación podría ser que toda repetición nos tranquiliza, que nos da la impresión de una serenidad salvífica mediante la eliminación de la sorpresa. Repitiendo la mirada muchas veces hacia lo que a su vez se repite muchas otras, creemos en un continuum que es irreal, pero tranquilizador. Relajémonos unos instantes: la lluvia y unos objetos de color desconocidos conspiran para darnos un destello de paz.

Reflejos en el suelo mojado en Ares (La Coruña, Galicia, España)
Mayo, 2008 ----- Nikon D300

martes, 7 de agosto de 2012

EL SILENCIO ABSTRACTO DE LOS CLAUSTROS




El tiempo, tras los terrores del año 1000, no era circular, sino cuadrado. En los claustros de los monasterios, de las abadías, de algunas catedrales, el tiempo adquiría la forma de una forma geométrica abstracta, recorrida a diario por sus religiosos caminantes. El paseo por el claustro, ayudado por la simetría rítmica de sus capiteles y por la sincera fe inicial de la mayoría, era un recorrido místico, trasunto del viaje que todo humano lleva a cabo en su vida. En las cuatro galerías del claustro, de un modo repetitivo, tenaz, absorbente, uno podía figurarse en otro mundo, o incluso en éste, aislados de todo, para una comunicación más intensa con su dios.

Hoy, en cambio, ese silencio ha dejado arrumbado a un lado, porque lo  que predomina es la horda de turistas que invade algunos de estos recintos que sorprendentemente han resistido los embates de las eras. Con todo, si uno posee cierta capacidad de recogimiento y abstracción, puede aislarse mentalmente de los demás, y dejar que la sucesión de columnillas y los motivos de esos capiteles que las coronan inyecten una dosis suave de tiempo pasado y belleza resistente que lo impulsen a uno a seguir creyendo. Creer, sí; pero no ya en dioses vengativos o generosos, sino en que el ser humano, pese a todas sus sevicias e incontinencias, ha sido capaz siempre, siempre, de hacer aparecer, donde antes no había sino pura materia, habitual podredumbre e instintos primarios sin domesticar, un instante al menos de sobrecogimiento inútil y de egoísta reflexión, que permitan seguir respirando, pese a todo.

Capiteles de la catedral románica de Saint Bertrand de Comminges (Alto Garona, Midi-Pyrénées, Francia)
Julio, 2009 ----- Nikon D 300

lunes, 6 de agosto de 2012

EL PERRITO INVÁLIDO



Observen bien la foto. Lo primero que se aprecia es algo trivial: un perro sentado encima de una silla de ruedas. Nada que llame la atención, en principio. Detrás, se adivina la chiquilla que, acaso, será hija de la persona impedida, y que cuida también del perrito. Su sonrisa nos tranquiliza. No parece haber anomalías. Hasta que reparamos en la lengua del perro. Podría parecer que hace calor, y que el animal jadea. Pero lo sorprendente es que la lengua sale por un lado de la boca, no de frente. Y eso ya nos hace sospechar. Por otro lado, a continuación, ya algo escamados, comparamos el respaldo de la silla de ruedas con el del perro, que es de una raza pequeña. El respaldo no parece diseñado para una persona, aunque sea de reducido tamaño. Y no; porque la silla de ruedas, convenientemente adaptada es para el perro, pues éste es el minusválido en realidad.

En el rato en que estuve pendiente de esta escena, tanto desde lo alto, como ya —más interesado— a su misma altura, no pude comprobar que el perro no se pudiera mover o corretear, pero sí que al animal le faltaba la parte derecha de su mandíbula, que es justo por donde se le descuelga la lengua, que parece hacernos burla. En el rato que este asunto me abstrajo, desentendiéndome de la fortaleza que había ido a visitar, pude notar que en verdad la silla era para él, y que era tratado con unos miramientos que para sí hubieran querido muchos ancianos. Lo gracioso fue que el perrito, cuando fue consciente de cuanto yo lo miraba (y fotografiaba), empezó a mover la cola a juego con la lengua, en una sincronía coreografiada que hizo que en breves instantes me muriera de la risa. Mi actitud parecía contrariar al perro, que a su vez movía más la lengua en un fallido intento de amedrentarme. Lo cual hacía que yo siguiera riendo tanto, que hasta las lágrimas se me saltaron. Después, me fui, con la tarde mucho más alegre que como había comenzado. A la noche, soñé con el perro y su silla de ruedas. En ese caso, yo era el impedido, y el perrito con la lengua ladeada me conducía entre grandes carcajadas hacia un precipicio. Y no, no me desperté antes de que lo hiciera.

Robado en Collioure (Pyrénées Orientals, Languedoc-Rosellón, Francia)
Julio, 2009 ----- Nikon D 300

domingo, 5 de agosto de 2012

AQUELLAS AULAS, AQUELLOS TIEMPOS



Si se fija uno en la imagen expuesta, hay dos cosas que no cuadran a quienes vivimos alguna vez en este tipo de aula. La primera es la luz. Es artificial, intensa, reveladora. Nada queda en penumbra ni en sombras. Todo queda a la vista. Porque el objetivo del lugar donde nos hallamos (el impresionante Museo Etnográfico de Grandas de Salime) es justo ése: mostrar, revelar, siquiera en parte, aquello que fue. Y es justo reconocer que se ve muy bien lo que nos quieren mostrar. Sin embargo, en aquellos tiempos, la luz que bañaba nuestras aulas era, sobre todo, natural (provenía de los amplios ventanales) y escasa (al menos, en los nortes donde uno creció). También de tono azulado, gris, macilento.


La segunda es la abundancia de mobiliario, de mapas, de láminas, de objetos didácticos diversos. El único lugar austero de ese aula idealizada son los pupitres, pero porque no pueden albergar prácticamente nada encima. Lo demás, nos habla de medios antiguos, pero mucho más numerosos de los que nuestra memoria alcanza a adivinar. Es, pues, otra mistificación propia de la intención museística, didáctica. En los tiempos en que yo era crío, dicha abundancia brillaba por su ausencia, sobre todo en el mundo rural, que fue el único que —escasamente, durante apenas un curso— yo llegué a verificar en persona. Es más, las carencias eran la nota común.


Con todo, el aroma que se siente cuando se entra en este aula recreada es reconocible de inmediato, porque los olores permanecen de forma indeleble en nuestro recuerdo, y las gomas, los papeles, los lápices, la madera y demás materiales, nos transportan  con facilidad a un mundo muy alejado del nuestro, del que sin embargo bebimos  y que nos sirvió para —mal que bien— llegar donde estamos ahora. Nos retrotraen también a los sonidos, a los rostros abrasados de tiempo y olvido, a los instantes hermosos y tristes que aguardan a todo niño en su devenir. Y esa inyección de nostalgia agradecida o agria, vivificante o mortecina, es el verdadero antídoto para  que no nos creamos más de lo que somos y el mejor estimulante para pensar que si entonces estuvimos peor y crecimos, ahora no va a ser menos.


Aula de la época de Franco, en el Museo Etnográfico de Grandas de Salime (Asturias, España)
Octubre 2009 ----- Nikon D 300

sábado, 4 de agosto de 2012

CARICIA SOLAR



El calor parece desprenderse de esa piel tumbada en la arena. Es la hora de mayor intensidad. A pocos metros, otra piel de plástico, desinflada y abandonada un tanto a su suerte, no cumple con su función de divertimento. No es necesario. Ahora procede dejarse mecer por la escasa brisa del mar, aliviar la mente de los problemas domésticos, convertir el pensamiento propio en la guarida indestructible donde el mundo no nos toca, recordar y, sobre todo, soñar todo lo bueno que deseemos y que alcancemos a imaginar. Será nuestro único rédito del verano. Pero si se hace bien, no será poco. Ya habrá tiempo de inflar el balón de nuevo.


Playa de América (Pontevedra)
Agosto 2009 ----- Nikon D 300

viernes, 3 de agosto de 2012

EL LLANTO DE LOS ÁRBOLES



Comentaba yo una vez en voz alta que el llanto era algo ajeno a los árboles, cuando mi pareja, sorprendida y divertida a la vez, me soltó: “¿y los sauces llorones?”. Hube de convenir, también sorprendido y divertido, que tenía razón, siquiera fuera enunciativa. Pero yo seguía poético o melancólico o simplemente caprichoso. Y, no sé por qué, lamentaba que los árboles no pudieran llorar. Ellos, que son de las formas vivas más antiguas y longevas del planeta, no habían desarrollado el llanto. Pero me equivocaba. Como si alguien me escuchara, los cielos se ennegrecieron y pronto comenzó a llover, no de un modo fuerte, pero sí constante y molesto, por ser verano. Poco rato después comprobé que los árboles sí lloran, pero necesitan de la ayuda de la lluvia para poder hacerlo.

Hoja de tilo, en la localidad de Saint Bertrand de Comminges (Haute Garonne, Midi-Pyrénées, Francia
Julio 2009 ----- Nikon D 300


jueves, 2 de agosto de 2012

MILNOVECIENTOSSESENTAYTRES




Cuando bajé al gimnasio, ya había acabado todo, y sólo quedaban los del hip-hop haciendo de las suyas. El chaval que estaba actuando no era ninguna lumbrera en clase, pero allá abajo era igual de indolente. Hasta los colegas le hacían chuflas a sus movimientos lentos y al desgaire. Por fin la música cesó. Se entregaron los premios a los mejores, y el asunto estaba a punto de disolverse, cuando vi su cazadora por detrás. 1963. Mi año de nacimiento. Me acerqué a él. Le pregunté de dónde la había sacado. Se sorprendió. Era de su padre, que la había pillado en Londres, porque también era el año en que había nacido y le había hecho ilusión encontrar una así. Le dije que su padre y yo éramos de la misma quinta. Su gesto inexpresivo me indujo a explicarle qué significaba esa coincidencia. Se sonrió. “Date la vuelta”, le dije, “que le voy a hacer una foto”. Obedeció, divertido. El gesto que le salió de forma natural, enmarcó su espalda de un modo muy propio.

Cazadora de un alumno de 2º de la ESO, del curso 2007-08
Junio 2008 ----- Nikon D 300

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