domingo, 21 de agosto de 2011

MICRORRELATO

SOBRIO APOCALIPSIS

Yo lo había sospechado desde siempre, y lo digo sin deseo de presunción: pero el último día nada fue como habíamos leído, como nos habían enseñado. El día del Juicio Final, no cayeron sobre el mundo toda suerte de desastres o cataclismos, ni los humanos que sobre sus caballos recorrieran las cuatro direcciones propagando todos los se enzarzaron en una guerra última. Tampoco hubo cordero alguno que rompiera los siete sellos, ni trompetas que hendieran el aire con horrísono estruendo, ni jinetes  males, ni ángeles que formaran legiones con que acorralar y conducir a los encausados, ni balanzas, ni arcángeles, ni juicio, ni nada. Aquel día, sólo una voz se escuchó en lo alto; audible, eso sí, para todos, pero sin que su fuerza resultara algo fuera de lo común. Era de madrugada, y se oyeron sólo dos palabras, que a cada cual sonaron en su idioma propio: ≪Hala; arriba≫. Tan sólo eso. Después, como impelidos por una orden imposible de desobedecer, todos los muertos recobraron su corporeidad y todo se llenó de pútridos vapores. Cada cual parecía saber dónde dirigirse, y en poco tiempo —poco más de un mes— cada humano recaló en la estancia que correspondía a sus méritos, acordados con anterioridad, por lo que se ve. Después, la nada lo invadió todo, y el firmamento desapareció como en el pasado brotó de la nada; todo fue espíritu en continuidad. Pero yo siempre lo había sospechado, ya lo dije: Juan, el discípulo predilecto, el amado del Maestro, se deleitó toda su vida con alucinógenos, y jamás pudo dejarlos. Y en Patmos, ya viejo, mucho menos, como al final se ha podido comprobar.
Del libro Micrólogos

miércoles, 17 de agosto de 2011

NO HAY JUBILACIÓN


domingo, 14 de agosto de 2011

MICRORRELATO

COSA DE ARAÑAS

Aquel niño no dejaba de insistir con las arañas. Desde que las conociera en un libro de ciencias, en el colegio, a todo el mundo asediaba para que le contara cosas sobre ellas, le regalara libros con fotografías o le recomendara lugares en la red para visitar. Poseído de una fiebre sin control, comprobó que a los pocos meses lo sabía casi todo sobre ellas. Pero un día reparó en que desconocía la procedencia de ese nombre que tanto le había cambiado las apetencias. Se enteró por fin de que provenía de una experta tejedora griega, llamada Aracne, cuya delicadeza en el arte del bordado sobre tela y tapicería era sólo comparable a su soberbia; y tanta fue, en efecto, que pretendió que la hermosura de su labor y la pericia de su arte aventajarían incluso a Atenea. Siguió indagando, y comprobó que la diosa accedió al desafío y que éste tuvo lugar en la casa de la tejedora, donde la diosa de la inteligencia y de la guerra fue vencida por la calidad artesana de su oponente mortal. Al chico le molestó mucho, en cambio, que Atenea no pudiera soportar la derrota, y que, despechada, golpeara a su rival y destrozara su telar. La conclusión de la historia, con su trágico final y la reparadora metamorfosis lo dejaron estupefacto.

—Pero, ¿quién se creía esa diosa que era? Hoy, Spiderman la habría fulminado por completo —sentenció, muy resuelto.
Del libro Micrólogos

miércoles, 10 de agosto de 2011

PANORÁMICA EN LOS PIRINEOS


En este caso, convendría verla en un tamaño mayor, pinchando en ella

domingo, 7 de agosto de 2011

MICRORRELATO

LA HISTORIA DE TU VIDA

Cuando empecé a elaborar la historia de tu vida, no imaginé que tuviera tanto éxito, que se venderían tantos libros; al fin y al cabo, ni tú eras famosa, ni yo tan conocido como lo soy ahora; todavía no me lo puedo explicar del todo, aunque tal vez tenga que ver con el morbo de los años que pasaron entre que desapareciste y que encontraran tu cuerpo; o que los forenses llevaran a cabo aquella investigación tan minuciosa, tan aireada por la prensa, entusiasmada con nuevas técnicas químicas que nadie podía prever hace tiempo, como no fuera en alguna serie de televisión; ni siquiera yo mismo, que me precio de calculador y metódico. Cuando empecé a elaborar la historia de tu vida sabía que el último capítulo sería el más difícil y también el más revelador, así que no lo escribí, razón por la cual conservé el manuscrito mucho tiempo inacabado. Mientras duró la investigación, mi propio texto de biógrafo, que ofrecí como ayuda desinteresada, no les aclaró gran cosa. Sin embargo, otros procedimientos más profesionales acabarían revelando con sorprendente precisión detalles que sólo yo podía haber imaginado. Desde el momento en que me comunicaron que lo sabían todo, pude escribir ya sin tapujos el capítulo final. Me dio tiempo suficiente antes del juicio, que fue sorprendentemente rápido, previsible e inapelable. Con la historia de tu vida, he obtenido mi mayor éxito como escritor. No sé si los próximos años me alcanzarán a resolver tal paradoja.
Del libro Micrólogos

miércoles, 3 de agosto de 2011

TIOVIVO

domingo, 26 de junio de 2011

MICRORRELATO

SOMNUS INTERRUPTUS

Cuando alcanzó a dormirse, todos los microrrelatos que había leído en su vida pasaron por su mente en riguroso orden alfabético (autores), uno detrás de otro, sin omitir ninguno, palabra por palabra, con exactitud absoluta. Tal sucesión de historias lo desveló por completo, y ya no fue capaz de recuperar el sueño nunca más. Pero tampoco pudo dejar de ver recreados en su mente los diferentes argumentos, que pasaban por él a velocidad de vértigo. Cuando dicha sucesión concluyó a los veintiún días, quince horas y diez minutos, falleció —según llegó a trascender— a consecuencia de un fallo multiorgánico severo. A la nueva disfunción neuronal descubierta para la comunidad científica, acabaron bautizándola con su propio nombre. De tal modo, todavía pudo alcanzar la celebridad que siempre había anhelado. Eso sí, a posteriori, y sin efecto retroactivo alguno.
Del libro Micrólogos

miércoles, 15 de junio de 2011

SOMBRA DE NUBE, AL CONTRALUZ

domingo, 12 de junio de 2011

MICRORRELATO

DE AQUELLO A ESTO

Hoy la volví a ver. Había cambiado. Estaba más fea. Los años, sin duda. El uniforme, también. Las largas horas de rutinaria tarea, tras la caja. La monotonía de tantas caras sin rostro, mercancías, dinero que no le pertenece ni lo hará nunca. La reconocí enseguida, mientras aguardaba mi turno. Tamara. Uno de los verbos más floridos que mi carrera docente recuerda. Algunos de los exámenes más perfectos que he podido saborear, salieron de sus manos menudas con uñas que entonces aún se mordía. Y ahora, doce años después, su figura ligeramente encorvada, ahí, tras los paneles, colocando los códigos tras el lector óptico. Sin mirar a los clientes. Devolviendo puntualmente el cambio. Agradeciendo de forma mecánica al acabar. Saludándome con el protocolo, al proseguir. Sin mirarme, como con todos. Pasando mis compras y metiendo cada producto en las bolsas de plástico. La miro, con intención, pero ella sigue, sin darse cuenta. Cuando queda un último alimento sobre la cinta, coloco mi mano sobre la bolsa, impidiendo su acción. Ella me mira, de repente. Sin expresión. Sorprendida por el gesto. Mi mirada la interroga, con una leve sonrisa. Ella, durante un instante, duda. Sigue impasible, sugiriendo en silencio que la deje proseguir. De súbito, sus ojos se abren. Me reconoce. Su cuerpo parece encoger. Con rapidez, enrojece. Por mimetismo, creo que yo también, aunque con menor intensidad. Ella baja los ojos. Y no volverá a levantarlos. Tampoco cambiará de color. Levanto mi mano de la bolsa de naranjas. Finaliza la compra. Una cantidad, una tarjeta, una operación y una firma. Mis ojos no se han separado de su rostro en estos minutos. Ella cierra la caja. La cinta echa de nuevo a andar. Gracias, buenos días.
Del libro Micrólogos

miércoles, 8 de junio de 2011

domingo, 29 de mayo de 2011

MICRORRELATO

NO ES MEMORIA

Me levanté deprisa. Desayuné, me duché, salí. Apenas tomé equipaje. Volé hasta los confines australes donde los extremos de un glaciar se desgajaban con estruendo.  En Taormina, la sombra humenante del Etna no impidió que Plauto me arrancara otra sonrisa cómplice. Sentí el escalofrío de la envidia con los saltos de las yubartas del Ártico. Empequeñecí mi caminar entre las moles de la Gran Manzana, aislado entre tantos. Escuché una sinfonía de mis latidos desbocados en las cumbres del Hindukush, aislado entre silencios. Dejé resbalar por mi garganta el foie más fresco con el chianti más sedoso entre dos fronteras amigas. Contemplé desde un velero cómo el mar cercaba de nuevo Mont Saint-Michel, aislándolo con embates furiosos. Sentí el placer del miedo en el trópico de la sabana donde cada rugido redimía mi timidez de sedentario. Atravesé el Amazonas por su parte más remansada e inarbarcable, donde solo se divisa agua de limo y verde intenso. Recolecté niebla en redes de esparto en las estribaciones de un borde rocoso, al norte de Atacama. Adiviné el vacío que albergan los microapartamentos de Tokio. Sentí la verdadera naturaleza del tiempo al acariciar tortugas gigantes en las Galápagos. Me asomé con temeridad a la boca de un volcán polinesio y aspiré sus líquidos vapores. Llegué a sumergirme en la jungla monzónica, donde pude mirar fijamente a un tigre a los ojos, antes de desvanecerse. Sahumé mi memoria, refrescándola, con una buena pipa de kif en Alejandría. Acaricié las aristas de columnas devastadas en la zona noble de Pérgamo. Fui dejando pasar el tiempo, cadencioso (durante meses, minutos), en un monasterio de Lhasa.  Incluso me lancé en caída libre y, mientras descendía a gran velocidad, recordé mi lejano nacimiento, un día de nieve violenta. Al recomponer mi postura, la incomodidad de mi sofá me devuelve a mi realidad más cotidiana. En verdad, me preocupa —y mucho— la fertilidad de mi imaginación, que no se resiste a no ser memoria.
Del libro Micrólogos

miércoles, 25 de mayo de 2011

domingo, 22 de mayo de 2011

MICRORRELATO

INSPIRACIÓN MERCENARIA

Contraté a una puta para que me contara su vida (que yo imaginaba desgraciada y abocada a la molicie involuntaria) para trasladar luego esa experiencia al papel. Tuve que sortear los recelos iniciales de la protagonista, pues nadie antes le había planteado una propuesta de semejante calibre. También, añadir un tanto más a la tarifa establecida y, lo más sorprendente, hacer promesas curiosas a cuál más llamativa, como que figurara su nombre completo con sus dos apellidos, así como el de sus padres y hermanos, para que así quedara constancia del drama de su familia y de ella misma. Cuando estuvo todo acordado y se convenció de que no íbamos a practicar sexo, se dispuso a largarlo todo, muy contenta. Y empezó a hablar y a hablar. Su facundia era demoledora, pero mi grabadora lo registraba todo. A la media hora, le dije que ya estaba bien, que me valía, que estupendo, que había sido justo lo que necesitaba, y que podía irse. Sin yo preverlo, se ofendió muchísimo, y comenzó a insultarme a voz en cuello. Como yo buscara defenderme e intentara echarla, lanzó al suelo varios adornos del salón, le pegó patadas a los butacones y montó un escándalo que seguro se oiría en otros pisos. Al final, antes de salir dando un sonoro portazo, me largó una expertísima patada genital que me dejó sin aliento ni reacción. Pero todo ello lo he asumido con estoicismo profesional, pues sigo convencido de que no habría logrado calmarla si me hubiera propuesto explicarle las tendencias actuales más innovadoras en microficción.
Del libro Micrólogos

miércoles, 18 de mayo de 2011

EL ÁNGEL NECESARIO (PACO CAPARRÓS)

domingo, 15 de mayo de 2011

MICRORRELATO

OJALÁ, TÚ

Ojalá, me dijiste, ojalá. Pero nunca supe a qué te referías. Jamás me dijiste por qué me dejabas esa duda en el alma, cada vez que aparecías. No me contaste por qué tu belleza me sofocaba, me hacía agua, me disolvía hasta las palabras. Siempre escabullías tu imagen, y sólo a veces regresabas a mis ojos. Ojalá, sí, me repito. Ojalá te hubiera encontrado alguna vez, tangible, cuando mi cuerpo te recreaba y te sentía próxima. Ojalá pudiera haberte hallado. Si hubieras existido, de hecho. Ojalá hayas existido alguna vez. Ojalá tú, algún día, en algún lugar. Ojalá ambos.
Del libro Micrólogos

jueves, 12 de mayo de 2011

domingo, 8 de mayo de 2011

MICRORRELATO

TESEO, EL AMBIGUO

Cuando Teseo halló al Minotauro, una pasión amorosa sin límites lo devoró, y al monstruo le sucedió lo mismo. Ninguno contradijo sus instintos. Se amaron con masculina violencia durante largas horas, mientras desde la profundidad del laberinto se elevaron a los cielos jadeos y bramidos de creciente intensidad, semejando un cruento combate sin cuartel. Pero concluido el primer encuentro, al héroe se le despejó la nube de los ojos y recordó que tenía una misión que cumplir y una reputación que mantener. Por ello, y aprovechando el confiado sopor de su amante, lo traspasó de una estocada certera. El resto es bien conocido: al poco de huir con Ariadna, su benefactora, Teseo la abandonó a su suerte en la isla de Naxos. Hubo una explicación oficial que apenas trascendió, y una boda interesada, cuya urgencia sorprendió a todos. A todos, excepto al héroe, cuyo corazón memorioso siempre encontraría el abrazo de su esposa demasiado blando y su talante, en exceso pasivo y dulce.
Del libro  Micrólogos

miércoles, 4 de mayo de 2011

domingo, 1 de mayo de 2011

MICRORRELATO

ILUSIONES REALES

Mi marido intentó compensar su última paliza con dos entradas para un extraño espectáculo: un ilusionista moldavo, de nombre imposible, que prometía maravillas. No obstante, sólo hallamos lo típico: las cartas, las adivinaciones, el numerito de la levitación, seguido al final de la consabida partición por la mitad, vía serrucho largo con el que además improvisaba unas notas musicales que más bien parecían chirridos graves. Con todo, cuando eligió a mi marido como sujeto paciente para el último número, la cosa me interesó ligeramente. Se puso mejor cuando vi cómo empezó a cortarlo en dos partes. Mis ojos debían mostrar a quien los mirase el destello exterior de mi propia ensoñación. Pero creo que casi me desmayo de gusto cuando ordenó a los pies que movieran los dedos y éstos permanecieron inmóviles, al tiempo que un reguerillo de sangre fue salpicando el suelo. Mi marido no profirió ni un gemido siquiera; acaso soñara, acaso fuera drogado. Pero de entre el público fueron brotando muchos gritos, de forma escalonada, cuando la ilusión dio paso a la tremenda realidad. El tipo alegaría en su defensa que le falló no sé cuál dispositivo, pero no pudo convencer a nadie o nadie quiere creerle, habida cuenta de las sustancias que le encontraron en su organismo. ¡Pobre! A mí me gustaría visitarle cada semana, todas las que hicieran falta hasta que el asunto se resolviera de una vez. Para consolarle un poquito su pesar. Y para agradecerle, sobre todo, su aparición providencial. Pero me parece que dichos encuentros resultarían harto sospechosos. Porque, claro, a mí el espectáculo me encantó. Al ilusionista, imagino que mucho menos. Y a mi marido, ya ni le preguntamos.
Del libro Micrólogos

miércoles, 27 de abril de 2011

AVISO A VISITANTES

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