miércoles, 30 de abril de 2008

El precio del deseo


El duende era muy joven, pero sabía muy bien lo que quería: ser músico y dedicarse a ello toda la vida. Para él los encantamientos y las costumbres de sus ancestros no le reportaban ni interés ni riqueza. Por eso, cuando se enteró de que un búho cercano tenía el poder de predecir el futuro con algunos meses de antelación, se decidió a consultarlo.
El búho lo recibió muy amablemente, pero le dijo que su precio sería costoso, tal vez de difícil pago. Como el duende le preguntara cuánto le cobraría por el servicio, el adivinador le contestó que el precio era servirlo a él durante el primer año tras desvelarse su futuro. El duende aceptó de inmediato, sin más dilación. Ya puestos de acuerdo, lo citó allí para el día siguiente, pues ambos debían reposar para que la visión fuese lo más nítida posible.
En el lugar convenido y a la hora prevista, el búho, tras una serie de rituales pesados y poco comprensibles para el duende, le dijo que sería músico y que se ganaría la vida con ello. El duende, loco de contento, empezó a dar saltos y a gritar su felicidad a los aires. "Es cierto que serás músico y que te ganarás la vida con ello. Pero hay más". "¿Más?", inquirió el duende. "Así es. Queda la parte final del oráculo". "¿Y qué dice?". "No sé si querrás saberlo, pero debo decírtelo". "Adelante, pues, sin miedo". "Está bien, ahí va: Serás músico, y tocarás el caramillo; te ganarás la vida con ello, pero sólo lo que baste para comer, y nada más; y sólo vivirás otro año y ese año que te reste de vida estarás a mi servicio, como habíamos quedado, para amenizarme con tu música siempre que yo quiera". El duende se quedó petrificado con la noticia, pero no le dio tiempo a pensar más. "Y, venga -urgió el búho-. Comenzarás ahora mismo". Así ambos emprendieron el vuelo para dar cumplida cuenta al trato establecido. Pero mientras el duende tocaba, el búho notó algo terrible: A cada nota, a cada arpegio, sus plumas se iban desprendiendo. Le mandó parar, pero concentrado como se hallaba, el duende no lo oyó. Poco a poco, la masa de sus alas fue desapareciendo, mientras iban perdiendo altura. Cuando acabó su melodía, el duende salió de su arrobo, y pudo comprobar que se encontraba en el suelo, sentado sobre el cuerpo desnudo del búho, que en dichas circunstancias no podría obligarle ya a cumplir pacto alguno.

martes, 29 de abril de 2008

Todo negro


-Lo veo todo negro, pero no tengo más remedio. Esta tela que cubre mi cara también es la que me libra del oprobio. Soy blanco. Es una vergüenza, pero es así. Soy blanco, pero también llevo el jazz en las venas, y dicha contradicción sólo se puede subsanar mostrándome con este disfraz que a muchos parece simpático, pero que a mí me permite seguir en el anonimato más absoluto. Ello impide que me lesionen la autoestima, pero me condena a ser un músico callejero que mendiga limosnas por acordes más o menos improvisados. Tuve que nacer blanco (y en Galicia, además, tierra celta de gaitas y panderetas, que ya es desgracia), cuando tenía que haber nacido negro y hacerlo en Nueva Orleans, que sería lo propio. Allí, si no conseguía hacerme un jazzman reputado, al menos podría bailar claqué. Aquí, en cambio, sólo llego a tocar cada día con mayor o menor decencia temas que ni siquiera son míos, y a mojarme cuando llueve, y a apañar unos duros que sólo me dan para vicios y para cambiar cada año de mochila. Con este panorama, ¿cómo no verlo todo negro?

lunes, 28 de abril de 2008

Con un gran genio


-Pero míralo ahí, ¡qué chulería se gastaba, el cabrón!
-Pues claro, hijo, claro, ¡porque pudo! No como otros...
-Pero ¿qué va a poder? Tía, si no era más que un farsante...
-Claro, por eso está considerado uno de los genios del arte del siglo XX.
-Mira qué cosas. Como si eso fuera una prueba de algo.
-Pues ahí tienes su impresionante obra, para que hable por él.
-¿Su obra? Menudas mamarrachadas pintaba el gachó. Mucha paja mental, te lo digo yo. Y de las otras, que algo me contaron por ahí.
-Lo que está claro es que no tienes ni idea de Arte, hijo. Tienes la sensibilidad atrofiada, como casi todo.
-¿Pero tú crees que lo de este pavo era normal? Además de medio marica reprimido, no pintaba más que chorradas (sueños, decía él, ¡JA!). Y se hacía el payaso para sacar más pasta gansa. Pero si hasta resultó que eras facha, joder.
-Y aun suponiendo que todo eso fuera verdad, ¿invalida eso sus pinturas, sus esculturas, todo su arte?
-Pero ¿qué arte ni parte? Tú es que llamas arte a cualquier cosa, tía. Mucha revista del corazón y mucha moda es lo que tienes tú a cuestas; y también mucha mamonada floja.
-Y fue a hablar el que no ha visitado un museo en su vida, y el que sólo lee el Marca, ¡y sólo la parte del fútbol!
-Pues a mucha honra, tía, ¿qué pasa? Lo he visto en la tele, y en esos sitios no hay más que garabatos sin valor. Y además, ¿no me vas a comparar al pichafloja ése con el Barça?
-Anda, que... Y ahora, ¿quién es el chulo, eh? ¿Quién?
-Pues yo, aquí, el menda. Con un par.
-O sea, que el genio eres tú, vamos, y el otro un impostor.
-Esooooo. Menos mal que lo has entendido, churri. Ayyyy, qué lista es mi nena. Al fin te das cuenta de quién de los dos entiende de las cosas. Menos mal que hablando siempre acabas entrando en razón. Y es que el que razona, razona.

domingo, 27 de abril de 2008

¿Juntos? ¿Separados?


Es la pregunta que me hice cuando me puse a editar esta imagen. Varios son los rasgos o características que avalan una u otra postura. Hoy, en vez de elaborar un relato sobre lo que esta fotografía me ha sugerido, prefiero formular la pregunta y aguardar las respuestas. Es un ejercicio de observación, pero también de imaginación, por supuesto. A ver cuánto da de sí.

Nemini parco

A nadie respeto, es verdad. Siempre ha sido el reproche que me han arrojado quienes han alcanzado categoría social, fama, dineros. Pero, por contra, quienes padecieron en vida los rigores de la injusticia, la desigualdad y el abuso, sonreían en el último momento, sabedores de que sus opresores correrían igual suerte, a mi lado. Soy la gran igualadora, la única seguridad para todos, la temida por doquier. Mi condición me envuelve en un sudario permanente que tiene más de castigo que de poder. A nadie respeto, y a todos alcanzo. Todos me respetan, y nada ni nadie pueden contra mí. Mi alma podría resentirse, es verdad, aquejada de soledad o de rutina y monotonía; también, de inabarcable eternidad. Pero, no. Soy el ser más feliz que ha sido creado. Mi existencia -concédaseme el recurso poético- es plena, absoluta, incesante, llena de momentos cumbre y también de trabajo duro, que me impide pensar demasiado. Ahí tal vez radique la causa de mi éxito, de la felicidad permanente que me embarga: en mi carencia de tiempo, en mi escasez de pensamiento, en mi ausencia de vida.

viernes, 25 de abril de 2008

Árbol cansado y humillado


Aquel arce tuvo un comienzo dificultoso, oblicuo, desencaminado, y por aquel entonces, no hubo quien corrigiera su rumbo atípico e insolente. Pronto se vio que de aquel árbol se sacaría poco porque, con una edad ya respetable, aunque aún en plena juventud madura pegó un gran cambio que sorprendió a todos por su audacia, su riesgo contra la propia gravedad, aunque nadie le pudo discutir su personalísima vía de crecimiento. Durante años, cuando todavía su tronco leñoso y creciente poseía suficiente vigor, fue el ejemplar más conocido del parque, todos hablaban de él, unos con desprecio, otros con admiración, sin dejar indiferente a nadie. Pero la vejez fue endureciendo los vasos y dificultando cada primavera el momento en que sus yemas brotaran y una nueva generación de hojas y frutos diera su año por bueno. Muy pronto, su envergadura se acercaba a un peso mayor que la resistencia que sus raíces podían ofrecer. Aquel arce se derrumbaría en cualquier momento, y nadie podría evitar que la selección natural castigara su anticonvencional crecimiento, alejado de la cordura y lo ortodoxo. Sin embargo, un concejal avispado, sin conocimiento alguno de botánica ni de darwinismo, pero con mucho control sobre los medios de comunicación, entrevió un remedio. Arrepentido y humillado, el arce se quiso morir de vergüenza. Pero desde entonces, lo mismo que le sostiene en pie, le recuerda cada día su pasado, su decrepitud, su dependencia.

jueves, 24 de abril de 2008

Podéis pensar


-Sí, podéis pensar lo que queráis: que mis amos me maltratan, y por eso estoy triste; que tengo una galbana inmensa por este calor que lleva haciendo todos estos días; que aparto la cabeza porque todo lo que contemplo en este pueblo miserable me horroriza y me huele mal; que rechazo vuestra compañía porque sois extraños por aquí, y no conviene daros confianzas; que me siento de esta forma en el poyete porque me fijo mucho en los humanos, y por esa razón mi postura os sorprende tanto; que me encuentro enfermo por haber comido fuera de horas o porque me han proporcionado alimento en mal estado o que, simplemente llevo días sin probar bocado; que soy alguien de quien no se puede uno fiar mucho, porque no miro de frente; que mi indolencia es de tal magnitud que casi se me olvida respirar; que soy una perra con alma de mimo frustrado, sí, lo que os dé la gana. Podéis pensarlo, y no seré yo quien os desmienta. Pero seguro que se os olvida la verdad principal: que no existe más que mi cuerpo, que mi alma hace años que partió hacia lugares remotos, en un viaje sin retorno de cuya existencia sólo mi dueña sabe, pues con ella se fue. No tendría menos vida si mi amo me entregara a un taxidermista y me mostrara con orgullo en el patio de entrada a la casa. Pero no os preocupéis por mí, a estas alturas podéis pensar lo que queráis de mí.

miércoles, 23 de abril de 2008

Catarsis


Cuando se produjo la explosión, nadie estaba atento. Era de noche, y nos habíamos concentrado para otro evento ruidoso y multicolor. Pero, de repente, se escuchó el estampido que nos sacó a todos de nuestra actitud distendida y festiva. Pudimos confundir la deflagración con la de los fuegos artificiales que estaban teniendo lugar frente al mar. Pero la violencia del sonido, la lluvia de cascotes que dejó sembrada la playa de heridos, y los dos coches que volaron por encima de nuestras cabeza, no nos dejaron lugar a dudas. La fiesta devino tragedia. Como siempre, a traición. Poco antes de producirse la explosión aquella noche, bolas y palmeras de puntos de luz surcaban el cielo y el olor a pólvora festiva lo inundaba todo. La imagen que tenemos impresa de aquel momento es horrible, sanguinolenta, caótica, pero la hemos ido borrado nuestras mentes, por prevención terapéutica. Si queremos recordar lo que sucedió aquella noche, recurrimos a imágenes como ésta, que nos reconcilian con la vida sin aludir a la muerte. Los más habilidosos ya no recuerdan nada. A algunos nos cuesta algo más, pero no dudamos de alcanzar el gozo de esos pioneros, maestros del olvido metódico, catártico, liberador.

martes, 22 de abril de 2008

Paciencia, impaciencia


Se los ve, y enseguida piensa uno que pese a su parecido tamaño, estos dos seres pertenecen a mundos distintos, con actitudes por completo diferentes, cuando no opuestas. A la niña se le ve un rostro triste, acaso obligada por los padres a sacar al perro, porque es domingo; y muestra una pasividad que llama la atención todavía más porque el perro, al lado, no deja de dar vueltas a su alrededor, como urgiéndola a que lleve a cabo su cometido, pues sus necesidades no admiten más demora. La niña parece paciente, por enfado y por indolencia. El perro se muestra impaciente, por fisiología y por instinto. Ambos se encuentran en el portal de la casa donde residen, sobre el escalón que da acceso a la vivienda. Pese a todo, algo ha llamado la atención del perro. Debe ser cualquier grito, o un movimiento de coches, o el tránsito de personas corriendo, u otro perro, o quién sabe qué. La niña, sin embargo, permanece impasible, absorta en su mundo personal, ajena a todo, desvinculada de una tarea que no ha pedido, pero que se le ha impuesto sin condiciones. El perro poco a poco irá perdiendo los rasgos que lo identifican como un animal bien educado. Acabará ladrando fuerte o tirando de la correa, cuando no pueda más, para lograr que la niña salga de su ensimismamiento, y lo lleve al parque, ahí enfrente, a retozar en la hierba unos minutos, los suficientes para poder ver a la perrita que conoció la semana anterior, y que se vuelve loca de contento cada vez que lo ve.

lunes, 21 de abril de 2008

Helena, doliente

Cuando Helena comprobó los efectos que su belleza hubo provocado en los hombres que conoció, deseó no haber nacido. Pero como ni apelando a los dioses podía retrotraer la Historia, quiso influir en el presente y aun el futuro, con una acción decisiva. Para ello, se preparó a conciencia, maquillando su rostro con polvos aromáticos de la tierra egipcia, ungiéndose con aceite focense y con mirra de la Bactriana; por último aromatizó su pelo con esencias traídas de la lejana Cólquide, donde antaño Jasón recalara. Se contempló en el espejo sin ropa alguna, y su hermosura le fue devuelta por una imagen arrebatadora. Tuvo la impresión de que aquellas formas no podían ser tan seductoras, como para que miles de hombres estuvieran muriendo por ella. Y, sin embargo, lo eran en tan alto grado, que dos naciones poderosas se estaban batiendo por ella como excusa (¿qué podría saber en su ignorancia de los planes del ambicioso Agamenón?). Decidida a acabar con todo de una vez para que aquella guerra eterna cesase, propuso a los contendientes inmolarse en un ara bendecida por divinidades comunes, y que el conflicto terminara con la recogida mutua de los cuerpos caídos, y el establecimiento de una nueva alianza entre helenos y teucros. Sorprendida, comprobó que ambas partes rechazaron su oferta, para lo que cada bando adujo razones distintas. Plena de impotencia, se sumergió en la tristeza y asumió sin rebelarse el destino que le fue asignado. Después lloró con desconsuelo. Lloró por Paris, lloró por su marido, por todos. También por ella. Pero sobre todo lloró por la invicta Ilión, que caería al poco en manos de sus enemigos, tan familiares, para conjurar también su propio destino.

domingo, 20 de abril de 2008

El amor reposa de sus batallas


Después de una noche muy inquieta, llena de sobresaltos, agresiones verbales y físicas, discusiones violentas y sexo liberador, los dos amantes habían aplazado sus hostilidades de forma temporal, y habían salido a dar un paseo. El sol brillante permitía una brisa ligera que impedía la formación de calima, por lo que el cielo resultaba de un azul cerúleo que invitaba a su admiración. Andando, llegaron a lo alto del paseo, sobre el mar. Habían cruzado pocas palabras, pero habían ido de la mano todo el tiempo. Cuando hubieron alcanzado la parte más alta del paseo, la brisa cesó, y el calor de la mañana se hizo el dueño de las sensaciones, haciéndolas muy agradables. Se sentaron en un banco. Contemplaron el mar, que no mostraba signo alguno de movimiento. El calorcillo en los cuerpos resultaba de lo más adormecedor, y ella acabó recostándose sobre las piernas de él, dejando el resto de su cuerpo a lo largo del banco. El no se echó, pero también sintió cómo le sobrevenía el sopor. Todo parecía en calma: no había gritos, no había insultos, no había reproches, ni tampoco golpes; en ese momento, ninguno de los dos se sentía frustrado. A su alrededor, sólo silencio y un día esplédido. A mayores, el cuerpo de su chica yacía sobre él, y parecía adormilada, acaso estuviera soñando. Le acarició el pelo. La quería, pero siempre había muchos peros. Habría que tomar decisiones; pero ¿cómo? y ¿cuándo? En ese momento, no parecía posible. En ese momento, no cabía más que sentir la caricia del sol en la espalda, y rogar que se levantara un poco de brisa para templar algo la temperatura, para retomar fuerzas ante el próximo asalto, de camino a casa. Entretanto, su amor restañaba sus heridas frente al mar.

sábado, 19 de abril de 2008

Sueños por lecturas


Al cerdito le habían dicho que la lectura le daría todo lo que no podrían darle su madre y sus hermanos: sabiduría, imaginación, conocimiento. Por eso, había conseguido un par de libros que había hallado abandonados en la granja. Muy entusiasmado, los abrió enseguida y comenzó a pasar sus ojos por sus páginas; pero no entendió absolutamente nada de todos aquellos garabatos sin sentido. Sólo pudo reconocer algunos animales que había visto de paseo con sus hermanos; pero la experiencia le defraudó. "¿Así que esto era la lectura? Pues vaya", se dijo, muy frustrado. Por contra, comenzó a pensar en lo que le habría gustado leer, en un mundo en el que los humanos se dedicaran a servir a los cerdos, a limpiarles varias veces la cochiquera, donde la comida abundara y se les ofreciera en grandes recipientes que nunca se dejarían vaciar por completo, donde el juego fuera todo lo que ocupase el tiempo entre comida y comida. En ésas estaba, cuando se quedó completamente dormido, y por suerte casual soñó con todas las cosas que había estado pensando antes de que el sopor lo venciera. Fue un sueño espectacular, estimulante, generador. Cuando se hubo despertado, se sintió muy contento, extraordinariamente animado. Tanto, que fue diciendo a cuantos le preguntaron que la lectura era algo sorprendente, maravilloso y utilísimo, y que pensaba empezar a practicar con mucha frecuencia a partir de ese mismo día.

viernes, 18 de abril de 2008

Ser visible para siempre


Aquel angelote estaba harto de ser inmaterial, de que nadie pudiera verlo. Hacía muchos años que buscaba la manera de poderse librar de aquello que él consideraba un maleficio, pero que no podía expresar, pues se arriesgaba a ser castigado por instancias superiores. Después de haberlo probado todo, recaló un luminoso día en una catedral más olvidada que famosa. Allí, bajo la fresca umbría de las bóvedas, comprobó que se sentía muy bien, y algo le decía que podía suceder el milagro. Recorrió las naves, contempló las diferentes capillas, acarició las tumbas... y cuando esto hizo, un escalofrío lo recorrió por entero. "Mira, mamá, un angel-niño". La madre le siguió la corriente al pequeño, lo recondujo y se lo llevó fuera. Aquel crío le había podido ver, y eso había sucedido... cuando pasó su mano por aquella tumba. Lo volvió a hacer. Sintió que era más él que nunca, y comprendió que aquel monumento funerario le otorgaría la visibilidad que siempre había ansiado. Deseó con más intensidad aún que la sensación fuese permanente. Así, arrancó una calavera de la decoración escultórica de aquel sepulcro, para llevarla consigo. Con ella bajo las manos, se sintió extrañamente feliz, pleno, exultante. Se sentó al pie de un pilar, sobre las molduras de su basa; contempló aquella calavera de arenisca, que acarició con ambas manos. Allí se quedó, inmóvil, rígido, pétreo, visible por fin para todos, ya para siempre.

jueves, 17 de abril de 2008

Advocación de Príapo


El paseo había sido largo y lleno de confidencias. Clara había conocido un chico del que se había enamorado recientemente, y Violeta estaba siendo informada de esos detalles tan necesarios entre amigas íntimas. Clara se sentía absorbida por su chico y Violeta, generosa, la comprendía, no sin un asomo leve de envidia. Sin embargo, Violeta notó que Clara no se había explayado con tanto entusiasmo como otras veces similares. Había un punto oscuro en lo que le había contado, que se le escapaba e introducía una nube de misterio en la larga conversación. A la pregunta habitual sobre qué era lo que más le gustaba de él, Clara había respondido que no sabría decir, que... todo, en general. A esas palabras siguieron unos cuantos pasos en silencio y le demostraron que aquella respuesta no encajaba para nada con alguien en su estado. En otras circunstancias, la habría abrasado con cientos de anécdotas y un entusiasmo de fácil contagio. Pero esta vez no. Por eso, decidió pincharla: "Y, ¿cómo anda de material? ¿La tiene grande?". Clara enrojeció, y sólo musitó alguna evasiva. Cuando llegaron a la explanada con los menhires, acabaron rodeando uno de ellos, el más alto. Clara se pegó a él, como si lo abrazara, como si deseara sentir el latido de la piedra contra su pecho, como si le quisiera transmitir palabras largo tiempo meditadas. Violeta, al principio expectante, y luego más desenvuelta y divertida, se acercó a la imponente piedra y la tocó también desde el otro lado. Pensó para sí: "Así que era esto". Pero sus labios acabaron diciendo: "Pues venga. Que así se cumpla". Y lo hizo en voz alta, para que su amiga la oyera con claridad.

miércoles, 16 de abril de 2008

Despedida de la madre


Haciendo acopio del último valor de que disponía, la madre decidió salir de la casa, y dirigirse al malecón. Allí estaba a punto de partir un carguero con destino lejano, del que ella no había oído hablar. En él viajaría su hijo, su único hijo, y en su mente sólo retumbaba la idea de si lo volvería a ver. "Estaré aquí antes de un año, ya lo verás, madre", le había dicho por la noche. Ella no había respondido. Se había tragado las lágrimas después de haberle deseado felices sueños, como había hecho desde que era pequeño. No le respondió, porque ella sabía cómo iba suceder todo a partir de entonces, lo había ido sabiendo a golpe de intuición, mientras conversaba con su hijo a lo largo de las últimas semanas, cuando le comunicó que se marchaba, y que nadie le impediría irse. El hijo también sabía lo que iba a suceder, pero a él estaba reservado el papel protagonista y éstos no son proclives a la reflexión, sino a la acción. A lo largo del año siguiente tras su marcha, las dos posturas se dejarían traslucir sin ataduras. Uno de los dos llevaría razón. Pero uno de los dos no llegaría a saber el desenlace final de dicha historia.

martes, 15 de abril de 2008

Rencores rebañegos


El viento era de los que comenzó siendo molesto, pero al final salpicaba más arena de la que las pieles veraniegas pueden soportar. La playa se fue despoblando de gente, pero siempre hay personas irreductibles, sobre todo con el maravilloso sol que lucía. Quienes quedaron los úlitmos eran lugareños residentes; los turistas habían ahuecado en cuanto la sensación desagradable se prolongó mucho rato. Poco a poco, los grupos se fueron acercando a la escollera más protegida. Poco a poco, la gente estaba más próxima entre sí. Poco a poco, las miradas se fueron haciendo más agrias. Poco a poco, los silencios arreciaron para evitar que los demás escucharan las conversaciones: en las localidades pequeñas, los odios se hacen notar sin disimulos. El temporal prosiguió sin desmayo, y pronto aquello fue pasto de los silbidos del viento, que azotaba sin piedad el arenal y batía los flecos de las sombrillas. La protección que ofrecía el acantilado y la subida progresiva de la marea reducían el espacio, pero nadie cedía. Allí estaban todos juntos, pegados, mirándose de soslayo, callados como muertos, aguardando que el vecino se marchara, y atribuirse de tal modo un triunfo personal. Las sombras prosiguieron su avance, pero el nordeste no cedió ni un ápice su intensidad. Llegó la noche, y nadie se levantó. El cronista que esto refiere se marchó antes a dormir, y no alcanzó a ver cómo acabó la historia. Pero a la mañana siguiente, los sangrientos sucesos acaecidos aquella noche en la playa fueron noticia que dio mucho que comentar en el pueblo, en la provincia y en dos noticiarios de alcance nacional.

lunes, 14 de abril de 2008

De mayor, niño rico


-Así que tú, ¿de mayor?
-Rico, seré rico.
-¿Y eso?
-Es la mejor profesión.
-Ah, ya. ¿Y no te vas a preparar o estudiar para tener un oficio?
-¿Pa'qué?
-No sé, para...
-Mis padres tienen dinero.
-¿Y?
-Mira, este polo es de Jilfiguer. Y las sandalias, Geox, Y el balón es oficial.
-Anda, mira.
-Y además, soy guapo. Me lo dicen mucho.
-Y modesto.
-Y eso ¿qué es?
-No, nada, déjalo.
-Pues eso, que con el dinero de mis padres y siendo guapo, ¿pa'qué voy a estudiar?
-Sí, claro, visto así...
-Y larga, que mis padres están a punto de llegar, y no les gustan los extraños.
-¡Qué niño tan rico!
-Sí, eso también me lo dicen bastante.

domingo, 13 de abril de 2008

Arte pasado de presente, hacia el futuro


Mucha gente critica que al lado de monumentos de gran tradición y, por ende, con muchos años de existencia, se coloquen otras obras, bien sea escultóricas o arquitectónicas, de reciente creación. Los argumentos no pueden ser más sectarios, prejuiciosos o carentes de todo rigor. Eso sí, su principal rasgo, además de la virulencia con que se expresan, es su carácter excluyente, de blanco y negro, sin ningún matiz de gris. El monumento antiguo es algo sagrado al que no se debe perturbar con nada nuevo que lo desvirtúe o le sustraiga su bien merecida atención. Las esculturas que se pudieran plantar en sus inmediaciones deberían, según esa postura, respetar la herencia bien arraigada y dejarse de innovaciones que siempre lo perturban todo.
Todo eso no son más que estupideces. Sean seniles o reaccionarias, que es peor.
El Arte de verdad debe tener su punto de transgresión, pero también ha de hundir sus raíces en el pasado. Quizá no se vean a primera vista, pero si se profundiza se hallarán, exudando admiración, aunque a simple vista nos parezca un exabrupto. Con todo, aunque fueran exabruptos provocadores, hay que conceder que el presente no es el mejor momento de valorar lo que tiene intención de perdurar en el futuro, y que lo creado hoy sólo mañana adquirirá su verdadera condición y calidad real.
Por eso, mientras aguardamos el veredicto del futuro, al presente sólo le deberíamos pedir que cohabite con el pasado superándolo, enmarcándolo, actualizándolo, renovándolo y ampliando nuestras mirada, para no ver sólo lo que siempre fue contemplado desde un único punto de vista.

sábado, 12 de abril de 2008

Felicidad junto al mar


-¡Qué felicidad más grande, Manolo!
-Muy cierto, Maruja, no cabe más.
-¡Y tanto! Un banco frente al mar, que está
liso como un plato, y con su barquito y todo, dos copas de cava fresquito, un sol magnífico, con un calorcillo primaveral que ya anticipa el verano, toda una tarde por delante, nuestro amor...
-Ay, sí, qué razón tienes. Debemos aprovechar.
-Sí, sí, el presente, antes que nada.
-Eso. Una pena, en cambio, que a la noche debas regresar con tu marido, porque si no, la cosa sería insuperable.
-Así es, qué rabia. Claro que también tú debes pernoctar en la cárcel a diario, y eso eso nos fastidia bien.
-Desde luego, pero, ¡vamos!, eso no es nada con los tres meses que llevo yendo por las tardes al hospital por la neumonía de mi madre y la rotura de cadera de mi padre, que eso sí que nos ha privado de estar juntitos.
-Es que estas cosas nunca vienen solas. Pero no olvides lo de la libertad condicional de mi Ramón, que lo volvieron a pillar, y para colmo ahora la Merceditas volvió a casa, dice que embarazada de no sé quién del Moro.
-Pero, bueno, amor, que no decaiga, mira qué tarde tan bonita hace, cómo brilla el sol
-Es verdad, qué felicidad más grande, vida mía.

viernes, 11 de abril de 2008

Calles, calles


En el Mairena de Machado "los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa" fue poetizado por un niño convirtiendo la frase en "lo que pasa en la calle". Y la verdad es que suceden muchas cosas en las calles; y en algunas ocasiones, situaciones de gran alcance. Como en aquel pueblo castellano, donde las calles cobraron un protagonismo singular: la tradición marcaba que el recorrido debía comenzar por la calle Corta, seguir por la Larga, y terminar la ruta en la calle del Reventón. De siempre se había hecho, y desde siempre se celebraba ese rito, que se comunicaba a los visitantes, quienes con el alborozo de todo turista por las tonterías locales seguían sumisos las indicaciones de los lugareños. Todos en ese pueblo conocía lo que había que hacer; pero lo que nadie recordaba ya era que el origen de la tradición venía de que antaño hubo dos vecinas, una muy alta, a la que por zaherir llamaban "la Corta", y otra de comportamientos muy viperinos, a quien apodaron "la Larga", que se llevaban fatal, como es lógico en estos casos, y que aprovechaban cualquier momento para proseguir su enfrentamiento particular. Hasta que un día la cosa se salió de madre, y la Corta recorrió la calle donde vivía hasta llegar a donde vivía la Larga, a la que hizo salir, a la que persiguió por toda su calle hasta llegar a la adyacente, donde ambas se enzarzaron en sangrienta reyerta, que acabó en degollina; de modo que quienes se llevaban a matar, tomaron al pie de la letra la situación, que al final reventó como tenía que reventar. Y desde entonces se conmemora del modo referido tan glorioso evento de cainismo patrio. Eso sí, la calle Corta es bastante larga, y la Larga, bastante corta. Y la del Reventón es... como ya uno se puede imaginar.

AVISO A VISITANTES

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