REDUNDANCIA SALVAJE
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El viejo llegó a la taquilla, sacó su entrada y entró en el patio de butacas. Como apenas había nadie, escogió un lugar centrado y se sentó. Se trataba de su película favorita, un western clásico, épico, imperecedero. Al poco de comenzar la proyección, como siempre, logró dormirse con placidez, y casi de inmediato empezó a soñar. Con un desfase de apenas unos segundos sobre lo que sucedía en la pantalla, los títulos de crédito se deslizaron en orden por su mente. Por detrás de las letras, los asaltantes del banco llegaban al pueblo sin levantar sospechas. Al tiempo, unos chiquillos arrojaban un escorpión en medio de un hormiguero, al que luego prendían fuego con gran alegría. Sus risas crueles le fueron recreando de nuevo su ya lejano pasado, su infancia muda, atormentada, violenta. A lo largo de más de dos horas que serían sólo un par de segundos, siguió soñando, mientras el recuerdo se le dibujaba a balazos entre movimientos lentos y reveladores.
Del libro Micrólogos